viernes, 2 de mayo de 2008
La ermita mozárabe de San Baudelio
Durante su última visita al museo del Prado, el turista había admirado, en las salas dedicadas al románico, los alegres y coloristas frescos de una ermita mozárabe. Ahora se ha percatado de que se trataba de la ermita de San Baudelio, situada en la comarca soriana de Tierras de Berlanga.
La ermita, a la manera de las casas árabes, es sencilla y austera por fuera y exuberante por dentro. Está rodeada por un paisaje casi desértico de suaves lomas ocres y rojizas. Construida hacia el siglo XI debió pertenecer a un pequeño monasterio.
En sus días todo el interior estaba recubierto de pintura al fresco, de la que ahora sólo quedan algunos restos. Se le ha llamado la capilla sixtina de Castilla y León. Su expolio ya ha pasado a los anales de la chapucería y la desidia nacionales. Pese a ser declarada Monumento Nacional, en 1917, cinco años después, los propietarios (un grupo de 20 vecinos de Casillas), vendieron –por 65.000 pesetas, un dinero para la época- un total de 23 frescos al anticuario León Leví que a su vez los revendió a un marchante norteamericano.
El gobierno intentó parar el asunto pero el Tribunal Supremo, con una de esas sentencias con que se adorna cada cierto tiempo, decidió en 1925 que ningún problema: y los frescos acabaron en museos de los Estados Unidos. En la década de los cincuenta el gobierno español consiguió la vuelta de algunos de ellos (los que pueden verse en El Prado) a cambio del ábside románico de San Martín de Fuentidueña (Segovia).
Todavía permanecen en los muros de San Baudelio las improntas de los frescos tras ser arrancados en su día. Los expertos atribuyen las pinturas a tres maestros, dos de ellos muy destacados, los que pintaron los temas bíblicos y los naturalistas o cinegéticos. San Baudelio, por cierto, fue un martir del siglo IV de origen francés.
Una gran columna en forma de palmera, de la que salen ocho arcos, sostiene el cuerpo principal del edificio. El coro se sustenta en un columnario con arcos de herradura inspirado en la mezquita de Córdoba. El altar apenas se ilumina con un ventanuco rectangular y estrecho
Se practicaba aquí la liturgia mozárabe. La sobreabundancia de inscripciones y pinturas revela un horror al vacío. Sorprenden las dimensiones reducidas del espacio. Todo aquí aparece envuelto en el misterio. Estas paredes cubiertas con formas veladas y fantasmales producen más tristeza que otra cosa. Casi es un alivio abandonar el recinto y contemplar la brillante luz solar.