miércoles, 14 de mayo de 2008

Sigüenza, una joya bajo la lluvia (1)


El turista viene de Almazán por una carretera secundaria que es una maravilla de paisaje y tranquilidad. Y detrás de una curva se le aparece una panorámica de Sigüenza que le obliga a detenerse, descender del vehículo y ponerse a las fotos.

La catedral, que arranca en la arquitectura cisterciense, a la izquierda. La mole del castillo –hoy parador de turismo- a la derecha. Y en medio un conglomerado de apretadas edificaciones medievales y renacentistas. Se le hace la boca agua.



Y en ningún momento –salvo la que se indicará en una próxima nota- sus expectativas han sido desfraudadas. Bien al contrario. Sigüenza es una joya.

El turista la ha paseado una tarde y una mañana, bajo una lluvia pertinaz que sólo le ha estorbado para las fotos –el paraguas en la otra mano. El turista la ha rondado cuesta arriba y cuesta abajo, con un placer creciente y una admiración entusiasta.



Se ha topado en primer lugar con la catedral, que semeja una fortaleza e irradia energía, austeridad y una sencillez compleja de mucho encanto. Sobre la catedral puede consultarse la magnífica página web de Luis Romo.



Al lado, formando un conjunto, aparece una plaza mayor porticada, de mucha elegancia y encanto, mandada levantar por el cardenal Mendoza a fines del XV, que alberga a la casa consistorial. De aquí arranca la calle Mayor, que enlaza con el castillo, y es de una amenidad y belleza desusadas. En ella, además de un convento y la fachada de una iglesia, se aposentan varias tiendas de artesanía y recuerdos que el turista hubiera visitado con gusto de no ser porque no abren hasta las 11 de la mañana.



Es un viernes por la tarde y el castillo (reconvertido en parador de turismo) está cercado de automóviles. El turista se cuela en su interior y se encuentra el vestíbulo lleno de gente que va y viene, se saluda y se da tono. El turista inspecciona el patio de armas, tira unas fotos y coge la puerta no sin antes leerse un texto que cuelga en la pared de la entrada donde se cuenta la curiosa y edificante historia de este edificio colosal.



Sobre las ruinas de una alcazaba árabe comienza a levantarse este castillo a principios del siglo XII, una vez que el obispo aquitano Bernardo de Agen y sus mesnadas reconquistan la ciudad. Sucesivos reyes castellanos la convierten en sede episcopal y otorgan el poder civil a los obispos. Estos han asentado sus mitras en el castillo hasta anteayer como quien dice.

En 1355 estuvo encerrada aquí doña Blanca de Borbón, joven francesa que tuvo la desgracia de casarse con Pedro I de Castilla, quien la repudió. Como es natural a lo largo de los siglos se sucedieron las reformas del edificio. Pero la guerra de la Independencia inició su ruina. Fue cuartel de la francesada. Las guerras carlistas volvieron a machacarlo y, a mediados del XIX, para más inri. sufrió un incendio devastador.



Durante la última guerra civil sirvió de refugio republicano y, posteriormente, como cuartel de la Benemérita. Su flamante aspecto actual procede de la rehabilitación de que fue objeto en los pasados años setenta.