Retrato de Maurice Ravel, de Colbert Cassan
Atildado, distante y a la vez próximo, mundano y solitario, exquisito.
Ambiguo, dandy, insomne, fumador empedernido de gauloises.
Pianista mediocre, snob, indolente, nervioso, conocedor del aburrimiento, aunque rodeado de admiradores. Y lector de Le Populaire, periódico socialista francés.
Sufría accesos de desánimo, pesimismo y pesadumbre. Así el Ravel de Jean Echenoz.
Una obrita exquisita, sobre un personaje fascinante, creador de una música exquisita y, por supuesto, fascinante. Echenoz ha procedido mediante un delicado, pero también irónico, trabajo de destilación. Lo sabe todo sobre el compositor y nos ofrece unos pequeños comprimidos. ¿Para qué más? Ya existen buenas biografías y, además, la gente ya no tiene tiempo para nada.
Ravel era propietario de una casita en Montfort-l´Amaury, cerca de París, con vistas sobre el valle, cinco o seis habitaciones “estrechas como nidos”, abarrotada de miniaturas, estatuillas y cachivaches, cajas de música y juguetes mecánicos.
Le gustaba contemplar su jardín, de aire japonés, “un espacio de tres lados, herboso, inclinado y abombado como un pubis de muchacha”.
A esta obra el editor le ha llamado novela, pero poco tiene que ver con una novela. Vivimos el fetichismo comercial de este género. Claro síntoma de inmadurez lectora.
Hasta hoy no había leído nada de Echenoz. Ahora estoy impaciente por empezar, por ejemplo, Me voy.
Entrevista con Jean Echenoz
Colbert Cassan, el pintor misterioso
Atildado, distante y a la vez próximo, mundano y solitario, exquisito.
Ambiguo, dandy, insomne, fumador empedernido de gauloises.
Pianista mediocre, snob, indolente, nervioso, conocedor del aburrimiento, aunque rodeado de admiradores. Y lector de Le Populaire, periódico socialista francés.
Sufría accesos de desánimo, pesimismo y pesadumbre. Así el Ravel de Jean Echenoz.
Una obrita exquisita, sobre un personaje fascinante, creador de una música exquisita y, por supuesto, fascinante. Echenoz ha procedido mediante un delicado, pero también irónico, trabajo de destilación. Lo sabe todo sobre el compositor y nos ofrece unos pequeños comprimidos. ¿Para qué más? Ya existen buenas biografías y, además, la gente ya no tiene tiempo para nada.
Ravel era propietario de una casita en Montfort-l´Amaury, cerca de París, con vistas sobre el valle, cinco o seis habitaciones “estrechas como nidos”, abarrotada de miniaturas, estatuillas y cachivaches, cajas de música y juguetes mecánicos.
Le gustaba contemplar su jardín, de aire japonés, “un espacio de tres lados, herboso, inclinado y abombado como un pubis de muchacha”.
A esta obra el editor le ha llamado novela, pero poco tiene que ver con una novela. Vivimos el fetichismo comercial de este género. Claro síntoma de inmadurez lectora.
Hasta hoy no había leído nada de Echenoz. Ahora estoy impaciente por empezar, por ejemplo, Me voy.
Entrevista con Jean Echenoz
Colbert Cassan, el pintor misterioso