domingo, 4 de mayo de 2008

Un pueblo desierto (Rello) y una iglesita encantadora (San Esteban de Gormaz)

Por carreteras sin tráfico, que surcan un paisaje de ensueño, se llega hasta el pueblecito de Rello. Le habían hablado de las excelencias de esta pequeña población e incluso había leído sobre ella. Cuando llega a sus inmediaciones, y como el niño se ha dormido, la familia se queda en el coche y él atraviesa en solitario la puerta de su recinto amurallado. A mano izquierda advierte, junto a un rollo de justicia metálico bastante inquietante, unos carteles que informan sobre las obras para la rehabilitación de la plaza Mayor. Observa también que hay un par de casas rurales y se adentra por el interior.



Las casas son de piedra, igual que las murallas y las calles. Todo está construído aquí a base de lajas superpuestas y todo tiene un discreto color gris. Aquí y allá, entre las piedras, han brotado unas florecillas rojizas y anaranjadas, que se encuentran distribuidas por todo el pueblo. Se asoma a la muralla y contempla unas vistas espectaculares sobre hoces, quebradas y alcores. De vez en cuando asoma un gato. El viento bate suavemente los tejados.


Pero no se ve un alma. No se escucha sonido humano y eso, desde el primer momento, le ha producido una inquietud y una desazón como no experimentaba desde tiempo atrás. Recorre el perímetro interior de la muralla, pero no sabe lo que va a encontrar a la vuelta de le esquina. Las casas parecen cerradas y, muchas de ellas, están en ruinas. En una calle larga, a lo lejos, ve a un anciano con muletas que camina en dirección opuesta a la suya.



Llega hasta el jardincillo de la iglesia y se sienta unos minutos sobre una piedra, pero hay un silencio tan increíble que siente como si se hubiera metido en casa ajena y de un momento a otro fuera a aparecer el propietario y recriminarle su presencia. Termina su recorrido y vuelve a salir por la misma puerta por la que ha entrado. Luego, con el coche, le da una vuelta al perímetro amurallado para obervar la población en su totalidad. La muralla, como tantas otras por la zona, se levanta sobre la muralla natural que conforma un roquedo altivo y encrespado.

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Hace mucho calor. Vienen de visitar la coqueta y acicalada Burgo de Osma. Han hecho un alto para reponer fuerzas en un parquecito de chopos a la orilla del Duero en la localidad de San Esteban de Gormaz. Lástima el tráfico tan ruidoso que cruza el puente.


San Esteban es un pueblo asentado sobre una colina y, con estos calores, a las 3 de la tarde, deciden ascenderla en coche.


Hay dos iglesias románicas en lo alto, justo antes de alcanzar el castillo. Ambas tienen elementos comunes pero se ha enamorado al primer golpe de vista de la de San Miguel, la más alta, la más pequeña, la más rural.



Es una iglesia porticada con unas columnillas muy graciosas y rematadas por capiteles con motivos variados que, curiosamente, tienen poco que ver con el cristianismo: animales, caballeros, lectores, guerreros… Nueve siglos de erosión han pulido la piedra y le han dado un aspecto de emocionante fragilidad. En el interior de la galería hay una sombra deliciosa.