Al turista le gustan los yacimientos arqueológicos y procura visitarlos siempre que se le ponen a tiro. Este de Uxama, en una colina sobre Burgo de Osma, está a punto de perdérselo pero, al fin, localiza la entrada. Como ya son las dos de la tarde el guarda anuncia que se va a comer, pero invita a los turistas a darse una vuelta. Es un descampado atravesado por un bonito camino de tierra que conduce hasta una atalaya islámica con unas vistas espectaculares sobre la ciudad de Osma, sobre la hoz del río Ucero, sobre la fortaleza de Gormaz y sobre otras atalayas que forman una red visual.
Más que los restos en sí mismos, que no suelen diferir de unos yacimientos a otros, al turista le gusta echar a volar la imaginación cuando se encuentra en alguno de estos lugares. En este vivió la tribu celta de los arévacos (agricultores, ganaderos y artesanos), desde el siglo IV a.C. La ciudad fue destruída por Pompeyo tras feroz resistencia (igual que ocurriera en Numancia y en Tiermas) y sus ruinas se transformaron en una ciudad romana de importancia.
Al día siguiente, tras un viaje por una estrecha carretera en obras que atraviesa una sierra tan bella como despoblada, los turistas llegan hasta Tiermes, un lugar poblado desde la Edad del Bronce, hacia el 1700 a.C. Los celtas se desplegaron por aquí durante siglos hasta que llegó Tito Didio y acabó con ellos, dando paso a un periodo de esplendor romano. Con los visigodos empezó la decadencia. Luego se construyó un monasterio románico, del que ya sólo queda una bonita ermita con galería porticada y bellos capiteles.
La mañana se presentaba tranquila hasta que llegan un par de coches cargados de mujeres armadas de escobas y fregonas. Aparece también uno de los encargados del museo –situado en las inmediaciones- y les abre la puerta de la iglesia. Esto de que a uno le abran la puerta de una iglesia rural no es cosa que se ve todos los días. Un misterio pronto resuelto: a la tarde iba a celebrarse una boda. Una de las limpiadoras era ¡la mismísima novia! La imaginaba después de la faena con el tiempo justo para darse una ducha, enfundarse el traje blanco y casarse.
Mientras las mujeres limpian, el encargado nos regala algunas explicaciones muy interesantes sobre estos capiteles, mezcla de sagrados y profanos. Luego, desde un punto elevado, detalla sobre el terreno las diferentes localizaciones del yacimiento, pero en esas llega un autobús cargado de turistas y se acaba la tranquilidad. Los niños ya no están para muchas necrópolis bajo un sol ardiente así que mejor ahuecar hacia el museo a darle un vistazo.
Plantarte en medio de uno de estos yacimientos, contemplar las pulidas construcciones de dos palmos de altura, escuchar el sonido del viento que sopla y toda la desnudez alrededor, da pie a construir toda una filosofía, tanto de la historia como de la vida: apenas quedará piedra sobre piedra. Somos espíritu o no somos nada.
La ermita templaria de San Bartolomé, en el cañón del Río Lobos, goza de gran renombre esotérico. Pero cualquier lugar donde haya una conciencia es el centro del mundo.