Aprecio a los pintores de la denominada Escuela del Bidasoa casi por razones genéticas. Conocía algunas de sus obras antes que los paisajes que las inspiraron. Hablo, en especial, de Gaspar Montes y Bienabe Artía. Ellos están en el origen de mi afición por la pintura.
Los citados y sus sucesores son pintores paisajistas, lo que, en este entorno que va desde el valle navarro del Baztán hasta la desembocadura del río Bidasoa, equivale a pintores de la naturaleza.
Los citados y sus sucesores son pintores paisajistas, lo que, en este entorno que va desde el valle navarro del Baztán hasta la desembocadura del río Bidasoa, equivale a pintores de la naturaleza.
Pino piñonero en Ikust-Alaia
Ahora tengo la oportunidad de contemplar la obra de uno de ellos, Carlos Las Heras (1937). El pintor, en esta ocasión, ha elegido un tema monográfico: los árboles y, por extensión, el bosque y la naturaleza.
El repertorio de especies, dentro de los límites que impone nuestro paisaje cantábrico, es amplio: encinas, robles, hayas, plátanos, tejos, chopos, tilos, tamarindos, castaños, nogales, olmos, acacias…
Tejo, Casino de Hondarribia
Cada uno de ellos tratado en un entorno paisajístico y estacional. Esta exposición, que es una delicia, pone en evidencia un gran amor tanto por la pintura como por la naturaleza que la inspira.
Se compone, en su mayor parte, de óleos. Hay también algunos grabados. La obra de Las Heras nos enseña a ver lo que tenemos delante y muchas veces nos pasa desapercibido porque miramos, pero no vemos.
Centro cultural Amaia de Irún