Verdes valles, colinas rojas, de Ramiro Pinilla es una trilogía de unas 2500 páginas.
Esta cifra es disuasoria, pero tras la lectura del primer volumen,
La tierra convulsa, creo que merece la pena el intentarlo. No en vano se trata de la obra de media vida. Pinilla le ha dedicado treinta años. No es un capricho. Es algo que el autor llevaba dentro y no ha tenido más remedio que sacar.
Estamos frente a la historia de Getxo (sinécdoque del País Vasco), desde finales del XIX hasta nuestros días, contada a través de las vidas de un puñado de personajes pertenecientes, en su mayor parte, a dos familias: los Baskardo, ricos industriales, y los Altube, campesinos vinculados a un caserío. Pinilla le da vida a esta historia mediante una sucesión de episodios y anécdotas –con profusión de diálogos y ausencia de descripciones- relatadas con una sabia tensión dramática. De esta forma nos muestra los grandes temas del imaginario vasco y, por extensión –pues los vascos no se diferencian gran cosa del resto de la humanidad, pese a que algunos crean lo contrario- del imaginario humano.
He aquí algunos: la dominación del catolicismo sobre la sociedad vasca; la relación incestuosa entre nacionalismo y religión; la explotación del proletariado por parte de la burguesía capitalista españolista y, a continuación, por su homóloga vasca; la impermeabilidad de las clases sociales dentro de la propia sociedad y por encima del ser o no ser vascos; la represión sexual pura y dura promovida por la Iglesia durante siglos; la irrupción de la inmigración como mano de obra barata y sus consecuencias en la configuración social y en las tradiciones; las penosas y miserables condiciones de vida de este proletariado procedente de regiones españolas depauperadas; el surgimiento de su ideología, o su fe, el socialismo, enfrentado desde el comienzo a la Iglesia y al nacionalismo; las mitologías, adobadas en mentiras, transmitidas de padres a hijos durante siglos relacionadas con el ser y la idiosincracia vascas…
Todo ello expuesto con un lenguaje preciso y sencillo, alternando la escueta narración de los hechos con frecuentes debates de ideas, que le dan a la obra un interesante tono mixto entre la novela de acción y la de pensamiento.
Fragmentos
“Creemos los vascos que el mundo sería perfecto si nos imitara. Supongo que todos los pueblos sienten de modo parecido, pero es que en nosotros ocurre que, cuando más o menos, la prehistoria acabó para los demás, aquí el relevo fue tomado por el catolicismo y todavía en el siglo XX seguimos siendo una tribu estancada. Nos enorgullecemos de nuestros defectos tanto como de nuestras virtudes, y eso es lo peor que le puede ocurrir a un pueblo”.
“Una comunidad que siempre demostró su primitivismo dando culto a la fuerza bruta y al volumen.”
“Dios mío, sí. Se perdió [durante la Primera Guerra Mundial] hasta el último gramo de dignidad… Recuas de barcos vascos cargados hasta la chimenea de mineral de hierro para la fabricación de armas asesinas. Caballeros vascos de suaves modales ingleses acudiendo a misa de siete a pedir a Dios perdón por anticipado por los pecados que cometerían a lo largo de la jornada firmando sin tregua las órdenes de zarpar. Ni una voz de denuncia, aunque sólo fuera por guardar las formas. Silencio. Ni de obispo o párroco de pueblo. Silencio. Ningún prohombre abrió la boca, ningún anciano de la tribu. Silencio. Perdimos lo poco que nos quedaba de la vieja inocencia. Nosotros mismos cortamos el cordón umbilical con el pasado de los
hombres de madera. Descubrimos cuál era nuestro precio. Eramos puros porque nada ni nadie nos había tentado hasta entonces. Dimos la bienvenida a lo nuevo sabiendo que el precio que deberíamos pagar sería el de nuestra destrucción (…) Con una mano se daban golpes en el pecho clamando por el viejo pueblo y con la otra estampaban sus firmas al pie del becerro de oro.”
Una entrevista con el autorOtra-
Mis abuelos, de un lado y de otro, eran inmigrantes. Llegaron a Rentería y Pasajes siendo muy jóvenes y trabajaron como mulos y siempre codo a codo con los mulos autóctonos, que también eran legión y, en cierto modo, inmigrantes en su propia tierra ya que los caseríos improductivos los arrojaban a puñados a la industria floreciente. Pero, un día, sin saber cómo fue posible semejante 'hazaña', los 'nagusis' políticos (seguramente favorecidos por el hecho de la dictadura franquista) fueron inoculando en los trabajadores el virus del nacionalismo. Sí, ya lo sé, este virus prendió a menudo con la misma fuerza en los Echeverrias tanto como en los Garcías, pero ahí estamos aún a pesar de que ya vamos viendo muy claro de qué se trataba en realidad. Algunos nos retiramos creo que a tiempo, otros persisten, da lo mismo ya a estas alturas de la vida cuál es su apellido, el caso es que persisten. ¿Conseguiremos que la sensatez y escritores como Pinilla nos abran los ojos del todo? ¿Conseguiremos informarnos antes de comprometernos? (Y aquí estoy pensando en el 'gurú' Arana...)
ResponderEliminarHola, Juan Luis.
Hola Mertxe. En realidad a mí todavía me quedan dos tomos para el final de la historia que nos propone Ramiro Pinilla, pero es seguro que la última dictadura tuvo mucho que ver con esta inoculación. Es muy probable también que las últimas décadas de educación a la carta aranista hayan dejado una huella considerable.
ResponderEliminarSaludos.
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ResponderEliminar(Repitiendo...)
ResponderEliminarAcabo de leerme la entrevista. La había dejado deliberadamente para la sobremesa de hoy, más tranquila que la de ayer, y no me ha defraudado. Bueno, claro, hay cosas como la de su esperanza en la negociación aquella... En fin, es muy dueño, él sabrá adónde le conduce a veces toda su experiencia. Por otro lado, cada vez que leo a una de estas personas que vivieron la guerra civil me sorprendo ante su memoria dividida en dos: la que recuerda unas atrocidades y la que olvida las de la acera de enfrente. Porque la guerra civil da para mucho, y debería dar a todos justo en la conciencia. Ahí está la Historia, la de verdad, la que se reclina en montañas de documentos que no admiten manipulación una vez que se tienen delante. La Historia lleva siglos escribiéndose, y lo negro sobre blanco no se puede disfrazar. Sí ocultar, pero disfrazar jamás. Todos sabemos quién fue Franco y lo que hizo antes y durante la guerra, y después a lo largo de 40 añitos de nada. Pero ¿quién se molesta en saber por qué hubo una guerra y quiénes fueron los agentes que la propiciaron? La memoria ('histórica'... que ¿pleonasmo?) debería ser memoria a dos bandas, a dos bandos, sólo así llegaríamos a ese puerto feliz en donde el perdón sería de verdad, y por tanto cauterizador del pasado. Abramos tumbas, ya va siendo hora, pero abrámoslas todas. Hablemos del horror, del que sufrió el pueblo de un lado y de otro, las más de las veces por hallarse en el lugar menos oportuno.
Los muros no se caen solos. El de Berlín no cayó por inercia, lo derribaron desde un lado y desde el otro. ¿Y aquí? ¿Para cuándo?
Buenas tardes, Juan Luis.
Y aún, Mertxe, la gente que vivió la guerra en sus propias carnes tendría derecho a ser parcial pero ¿qué decir de todos esos que no vivieron la guerra, que no se han preocupado de leer un libro sobre el tema y que dogmatizan sobre el asunto? Es bochornoso. Luego están los que se fían a piñón fijo de lo que le han escuchado contar al abuelo o al vecino de la esquina o al cura de la parroquia o al panfleto de los camaradas. Yo he llegado a la conclusión de que aquí cada uno se cree lo que le conviene en cada momento y la realidad de los hechos se la refanfinfla a la mayoría. Por eso valoro mucho lo que ha escrito Pinilla porque es una ficción perfectamente verosímil y documentada.
ResponderEliminarUn abrazo