Me llevo un café hasta la plaza de Guipúzcoa y me siento en un banco soleado. De camino, observo un revuelo de cámaras y fotógrafos frente al palacio de la Diputación.
Enseguida verifico que se trata de un grupo de sindicalistas, con sus papeles debajo del brazo. Los sindicalistas posan, entre sonrisas, satisfechos por la expectación que despiertan.
Tienen toda la pinta de ir o de venir de alguna reunión importante en los despachos de la institución provincial.
Semanas también sin venir a la ciudad. Ya he realizado las gestiones pendientes y he sacado tres libros en préstamo de la biblioteca.
Me lío un cigarrillo y lo fumo tranquilamente mientras degusto el café y el hermoso sol me alcanza con su calidez invernal.
Hay una luz intensa, para lo que es habitual por aquí; las sombras son oscuras; las que proyecta el ramaje se mecen suavemente. Se escuchan las piadas de las aves que se mueven por el jardín.
Hasta el zumbido del tráfico parece amortiguado. Vienen tres palomas a investigar junto a mis pies. Ya no hay tantas palomas como antes. Creo que los servicios municipales las están diezmando.
Las palomas, en pequeñas cantidades, no me resultan tan repelentes como pensaba.
Pasa gente con bolsas en la mano. Los fotógrafos se van de retirada. Se está tan bien al sol que no me decido a distraerme hojeando los libros.
Estoy contento con mis adquisiciones, creo que las voy a disfrutar.
Antes de volver a casa deambulo por las calles soleadas. En el puente del Kursaal hay un músico callejero que toca un saxofón. Las aguas del Urumea destellan.
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En el Maresme el invierno persiste. El sol, como dicen en la manida frase, ni está ni se le espera. Hasta el mar parece otro por aquí, pero (tambien como en los versos de Machado) sigue gustándonos callado y como ausente. Ahora mismo acabo de echarle una mirada. Desvaído, quieto, ni siquiera se ha dado cuenta.
ResponderEliminarEn fin, dicen que la primavera está a la vuelta de la esquina. Y Dios, en el que no creo pero sí confío, sabe bien cuánto la necesito este año.