jueves, 25 de febrero de 2010

Demasiada bondad

Una anciana me aborda durante el paseo matutino.
Está llorando. Me pregunta si he visto a su perrita yorkshire. Su perrita yorkshire se ha perdido. Lleva en la mano la cartilla veterinaria del animal.
Ella y su marido están alojados en un camping de Hendaya. Esta mañana han dejado la perrita a un amigo para que le diera un paseo. El amigo –que debe ser uno de esos seres humanitarios que sufren cuando ven a un perro atado- ha visto que el paseo estaba despejado y ha soltado al animal de su correa.
La perrita ha aprovechado para perderse.
Ahora la propietaria está muy angustiada, le caen lagrimones por la mejilla, se retuerce las manos y balbucea.
El buenismo tiene estas paradojas.

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Esta anécdota me recuerda a un amigo al que, hace ya muchos años, le habían regalado un joven perrito callejero. Lo llevaba suelto a todas partes y él siempre iba pendiente del animal. Yo le decía que lo atara, que los coches son un peligro. El me decía que le daba pena llevarlo atado, que pobre bicho, que era cruel atarlo.

No merecía la pena discutir. Quince días después el perro murió atropellado.

A veces es preferible que le quieran a uno con un poco más de firmeza.

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3 comentarios:

  1. Te doy la razón. Esto me recuerda un cuento en el que alguien "salvaba a un pobre pez" de ahogarse y lo sacaba del agua.

    Saludos

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  2. Aunque yo cambiaría una palabra de tu frase final: pondría firmeza en lugar de dureza.

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  3. Gracias, Elvira. Serías una buena editora.

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