jueves, 15 de abril de 2010

Salies y Sauveterre de Béarn

El río Saleys a su paso por Salies de Béarn

El Béarn. Los ríos caudalosos, serpenteantes, oscuros por el manto protector de la vegetación. Y al fondo, las cumbres nevadas del Pirineo. La vista de las montañas sugiere frío, aire gélido, en contraste con la jornada primaveral que disfrutamos. Pero también sol, el que alimenta los viñedos, las plantaciones de kiwis, los extensos prados verdes, los cultivos.

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Esa arquitectura de tejados agudos, pizarrosos, con esmerados y consistentes soportes de madera, balconadas protegidas como porches, viviendas estrechas y arracimadas. Arquitectura que sugiere una gran personalidad, una historia propia, un aristocratismo de tiempos pasados que, de alguna forma, todavía permanecen.

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El Chalet, antiguo café de Salies de Béarn

La oficina de turismo de Salies de Bearn está cerrada. Hoy viernes sólo abre por la tarde. Sin embargo, la encargada -una joven amable y simpática- nos abre la puerta y nos atiende. Nos entrega dos folletos, en francés y español, con toda la información necesaria para una visita turística por los pueblos más interesantes de la comarca en torno a Orthez, la antigua capital del Bearn.

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Un bocadillo y unos tragos de rioja, al sol, en un banco del parque de Saliés de Béarn. A la derecha, el Casino-Gran Hotel; de frente, la casa denominada Le Chalet, antiguo café, en cuya terraza trabajaba el poeta Paul Jean Toulet; a la izquierda, el balneario morisco. El exterior de este edificio pide a gritos una restauración. El interior, sin embargo, es cálido, acogedor y muy concurrido. Esta agua –qué afición al termalismo hay en toda la región- es siete veces más salada que al agua del mar. Lo mismo hace milagros.

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Zureos de palomas procedentes de edificios en ruinas, unas ruinas que no producen una impresión de dejadez y abandono, sino que parecen cargadas de dignidad, de decrepitud ineludible, armoniosa, natural. No hay pintadas, no hay basuras. Son unas ruinas respetadas y respetables.

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La iglesia de Sauveterre de Béarn

En Sauveterre de Bearn, un gato tras una ventana baja, repantingado sobre una mesa, toma el sol de primera hora de la tarde. El felino, ajeno e indiferente a lo que pasa por la calle estrecha, es la imagen de la voluptuosidad. Un príncipe.

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