viernes, 17 de diciembre de 2010

Rilke en Ronda, "la ciudad soñada"



Tras la publicación de Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910), Rainer Maria Rilke sufrió unas crisis poética que no cesó hasta febrero de 1922, cuando completa las Elegías del Duino.

El poeta y escritor llegó a Ronda en diciembre de 1912, huyendo del frío que había sufrido durante su estancia de cuatro semanas en Toledo. En la ciudad castellana se había alojado en el hotel Castilla.

Camino de Andalucía visita Córdoba y Sevilla. En Córdoba lee el Corán, se pasea por la Mezquita y, según le confiesa a su amiga la princesa Marie, “está a punto de sufrir un arrebato anticristiano”.

El hotel Reina Victoria había sido levantado seis años antes para albergar a los turistas ingleses procedentes de Gibraltar.

Desde el vestíbulo hasta la cafetería se atraviesan un par de salones cargados de grandes espejos, chimeneas, alfombras turcas y sofás victorianos.

Uno puede imaginarse a Rilke recostado en cualquiera de ellos, mientras degusta un café y garrapatea en su cuaderno de notas. No, Rilke no bebe alcohol. Su forma de combatir el frío que le martiriza se basa en el café y en el estoicismo. Es el único huésped del hotel.
En la ciudad reparte su tiempo entre los paseos urbanos y los campestres, en particular por un valle singular, una especie de parque de caza, casi abandonado, propiedad del marques de Salvatierra.

Se ocupa también de mantener al día su prolífica correspondencia y escucha en su interior los versos balbucientes de las Elegías del Duino, aún a medio escribir.

Doy una vuelta por el jardín del hotel mientras abren la cafetería. Es un recinto inclinado que vierte sobre un valle cortado en vertical. Una estatua en hierro retrata al poeta, esbelto y digno, enfundado en un traje, con un libro en la mano.

De regreso al edificio opto por quedarme en la terraza. El camarero, a petición mía, desplaza un velador para situarlo bajo el cálido sol de noviembre.

Mientras bebo una refresco imagino a Rilke tomando el sol mañanero en este lugar. El poeta era aficionado a tomar el sol. J.M. Coetzee dice que el vegetarianismo de Rilke y su afición a tomar el sol desnudo, no se debían tanto a una manía personal como a la influencia del movimiento de regreso a la naturaleza, “que fue tan pujante en los países de lengua germánica a finales del XIX y principios del XX”.
Se conserva en el hotel una habitación-museo, la 208, dedicada al poeta que se alojó aquí durante dos meses. Me informan que ha sido restaurada hace poco, tras haber sufrido una inundación.

Es un pequeño despacho, con un ventanal que da a una terraza sucinta y orientada hacia la sierra sur. La amueblan un escritorio, con su silla y su recado de escribir, además de un armario de vitrina con libros y fotos. En las paredes combinan las fotos con los documentos, cartas, notas, facturas. Alguna jarra con flor, autógrafos.

La vista desde la ventana se mantiene como en la descripción rilkeana a Lou Andreas Salome: “un espacioso valle con parcelas de cultivo, encinas y olivares, Y allá al fondo (…) se alza de nuevo la pura cordillera, sierra tras sierra, hasta formar la más espléndida lejanía”.
Unos días después de su llegada a la ciudad, el 17 de diciembre de 1912, le escribe a la princesa Marie von Thurn und Taxis este fragmento en el que describe su situación anímica y su crisis espiritual:
Es mi sino pasar de largo ante lo humano, para proyectarme hacia lo más extremo, hacia lo marginal de la tierra, como me ocurrió hace poco en Córdoba, donde una perrita fea, en avanzado estado de preñez, se acercó a mí; pero vino hacia mí, porque ambos estábamos completamente solos. Se le hacía muy difícil venir a mi lado, y levantó los ojos agrandados de tanta preocupación e intimidad, solicitando una mirada mía. Y en la suya se reflejaba todas esa verdad que trasciende más allá de lo individual, para dirigirse, yo no sé bien a dónde, hacia el porvenir o hacia lo incomprensible. Se franqueó tan sin rebozo, que llegó a compartir un azucarillo de mi café, pero de paso, ay, muy de paso, celebramos en cierto modo la misa juntos. La acción no fue de suyo otra cosa que un dar y recibir, pero el sentido y gravedad, y nuestra absoluta compenetración, adquirieron una dimensión ilimitada. Y esto puede acontecer únicamente en la tierra; es bueno, en todo caso, haber cruzado por aquí, aun cuando uno se sienta inseguro, aun cuando culpable, aun cuando todo ello no sea en modo alguno heroico. A la postre se estará admirablemente preparado para las relaciones con la divinidad.”