jueves, 10 de marzo de 2011

El palacio abismal del Rey Moro en Ronda



El palacio del Rey Moro, en Ronda, ha sido toda una decepción.

El edificio principal está en ruina y cerrado al público. Lo único visitable es la mina de agua y los jardines llamados islámicos. 

Ocurre que descender a la famosa mina de captación de agua, de origen árabe, es una operación no sólo de riesgo sino también extenuante. Se trata de una escalera de unos 200 peldaños irregulares, oscura como boca de lobo, que salva un desnivel casi vertical de 100 metros.

El turista inadvertido comienza el descenso con la esperanza de llegar pronto al tajo por donde discurre el río Guadalevín, pero el camino, amenizado por unas goteras gélidas y por una iluminación neolítica, es tenebroso.

En el folleto se dice que se atraviesan estancias con aljibes, un polvorín y un depósito de granos, pero el itinerario es tan incómodo y complicado que no se aprecia nada. Obvio decir que el ascenso de vuelta es aún peor, salvo que se goce de una forma física olímpica.

En los tiempos antiguos el trabajo de captación del agua lo efectuaban esclavos cristianos y la soldadesca trajinaba por los peldaños. En la actualidad lo hacen los turistas, previo pago de 4 euros los adultos y 2 los niños.

Entre los turistas cabe mencionar a la primera dama del Imperio, Michelle Obama, que practicó este descenso durante su reciente visita a España. La encargada de la taquilla me informa –ligeramente ofendida por mi insinuación- de que la señora Obama subió y bajó por su propio pie, y no en brazos de sus guardaespaldas, como sin duda hacían sus predecesoras islámicas y yo he sugerido.

Uno no puede menos que preguntarse cómo la diplomacia española ha sometido a la emperatriz del planeta a semejante prueba de esfuerzo. Quién sabe, a lo mejor hasta se presentó voluntaria.


Los jardines fueron diseñados en 1923 por el arquitecto Forestier, según el modelo islámico. En pleno mes de febrero ofrecen una imagen más bien desangelada, pero tienen algunos bancos que resultan muy útiles para tomarse un merecido descanso tras la expedición al fondo del abismo.

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