martes, 15 de noviembre de 2011

Giacometti, qué triste

Dice Félix de Azúa que Giacometti es “uno de los más seguros inmortales del siglo XX.” Sin duda tiene razón, pero esta certeza me hace cuestionarme sobre las calidades del arte en el siglo pasado.

La antológica de este artista suizo que el Museo Picasso de Málaga celebra estos días es excelente, tanto en el fondo como en la forma. Sin embargo, debo confesar que yo me he aburrido un poco durante su contemplación. Giacometti se parece demasiado a Giacometti. Encuentro en él, tal vez por la comparación con Picasso, poca variedad. Exponer junto a Picasso es muy arriesgado porque Picasso le pone mucha sombra a todo lo que cae a su alrededor.

Uno recorre las dos grandes salas que albergan los 180 giacomettis y, sin duda, aprecia cada una de las piezas, pero cuando ya lleva vistas unas cuántas empieza a sentir sobre su ánimo que este suizo tiene demasiado peso, demasiado estilo. Y esta característica, que cuando se ingiere en dosis moderadas resulta estimulante, se vuelve cansina cuando la dosis es grande.

Los retratos por ejemplo, la mayor parte frontales y esbozados, se parecen unos a otros de tal forma que sólo el título los diferencia. La crítica le llama a esto “ausencia de subjetividad” pero uno cree, quizá ingenuamente, que la esencia del retrato es la individualidad.

El dibujo de este artista tiene una fuerza impresionante y sus calidades plásticas no se quedan atrás, pero resulta demasiado oscuro, sombrío y triste. Tal es así que sólo cuando me enfrento a un óleo lleno de color –Ramo de flores y tres manzanas- que no parece un giacometti, me vuelve un poco la alegría al cuerpo.

Esta impresión se confirma cuando veo la veintena de fotografías, a cargo de otros tantos destacados fotógrafos contemporáneos, en su mayor parte realizadas en su legendario taller -sobre el que Azúa hace una disquisición un tanto teológica. Todos parecen hechos por la misma mano. Es un asunto bien extraño.

 Palacio de Buenavista, sede del Museo Picasso de Málaga