Badis ben Habús, tercer rey bereber de la taifa de Granada, inicia la construcción de la alcazaba de Málaga a mediados del siglo XI. A partir de ese momento y hasta la caída de la ciudad en manos de Fernando el Católico, en 1487, este palacio fortificado fue utilizado por los sucesivos y enfrentados dirigentes musulmanes.
Su triple fila de murallas, armoniosamente adaptada a los desniveles del terreno, sirvió de protección a los almorávides, a los almohades y, en última instancia, desde 1279, pasó a depender de los nazarís de Granada, la última dinastía islámica en la península ibérica.
La huella nazarí, reflejada en patios, en jardines y en la decoración, es la más potente que ha quedado en esta soberbia edificación. En cuanto se entra en su zona palaciega no puede evitarse el recuerdo de la Alhambra granadina, si bien las dimensiones de las estancias son menores y la austeridad de las mismas es mayor.
La ubicación de esta fortificación en la ladera del monte Gibralfaro –en cuya cumbre hay un castillo conectado por un corredor de murallas con la Alcazaba- ofrece una impresionante panorámica sobre la bella ciudad andaluza y el Mediterráneo.
Desde finales del siglo XV hasta principios del XX, en que comenzaron los trabajos para su restauración, transcurren cuatro siglos en los que la Alcazaba malagueña es objeto de abandono y saqueo. En la actualidad es una de las edificaciones más interesantes que pueden visitarse en España.
Resulta más laborioso un cambio de mentalidad que la construcción de un imperio.
Acceso principal a la Alcazaba
Murallas almenadas y torres con saeteras reflejan la obsesión por la defensa
Jardines con fuentes y pérgolas
El patio de Armas con sus arcos de herradura
Ventanas con celosías decorativas
El patio de la Alberca
Los tres tipos de arco que predominan
Badis ben Habús, el promotor
Entrada en Wikipedia
La vida cotidiana en la Málaga islámica
Belleza y fortaleza ensimismadas