Tarde aburridilla en la ciudad. En el tren, junto a una lozana joven que devora su teléfono móvil. A la derecha, una mujer madura; altas botas negras, inquietante aleteo de manos, y una dicción que me hace sentirla como desnuda (de espíritu): el cuerpo lo lleva embutido en un abrigo oscuro; a ratos se pone unas gafas negras. Me río, discretamente, con las aventuras de Lázaro de Tormes. Cuánto debió disfrutar el autor al escribir esta obra encantadora.
Por el centro. Hermosos contraluces entre calles hacia la bahía; sol rico pero frío.
Captura de signos para amenizar la tarde. Pancarta en la fachada de la Diputación. Me barrunto que la neoclásica fachada del palacio foral va a ser un marco incomparable para el pancarteo que se avecina.Siempre por nobles causas, naturalmente.
O ese otro cartel, a vueltas con los alemanes desde que el sr. Arzalluz -en una de sus más arriesgadas metáforas- proclamara su “sensibilidad política” respecto a los germanos aquerenciados al dulce sol de Mallorca. Ahora la propuesta es jubilarse como alemanes, con permiso de la señora Merkell.
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