miércoles, 30 de mayo de 2012

Los modales de Bob Dylan


Este tipo de premios sirven a los premiados, por supuesto, pero a quien más sirven es a los mandamases. Obama en este caso. Obama, la sonrisa del Imperio, es un posturitas. Allá donde va triunfa por su apostura, por su sonrisa, por su figura apolínea, por su voz grave, por sus frases que le escribe un negro (literario) y por su bella señora de ébano, modelitos y mando en plaza.

A Dylan le encanta hacerse el borde y gruñir si es necesario, pero siempre está donde se le espera, a saber, junto a los mandamases. Hace un par de desplantes de cara a la galería, se aplica escayola en la boca para que no se le escape una sonrisa, se adhiere a unas tapalitros, como cualquier poligonero que se precie, coge el premio, coge la pasta, si la hubiere, y sale corriendo hacia su retiro dorado.

Quedan ya lejos los tiempos en que un señor –Jean Paul Sastre- rechazaba el premio Nobel por rebeldía. Ahora los rebeldes como Dylan van a recogerlo y aprovechan para hacer dos muecas y cuatro aspavientos. Los aplausos atruenan.


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