Este libro contiene tres partes: un retrato del escritor Henri Beyle, Stendhal (1783-1842) a cargo de su amigo Prosper Merimée, un apunte debido a George Sand y un curioso texto del propio Beyle titulado Los privilegios. La obrita, publicada por Acantilado, ha sido recopilada por Simon Leys y –aunque concebida para el público anglosajón- supone una interesante aportación a los menguados estudios sthendalianos en lengua española.
Prosper Merimée era veinte años más joven que Stendhal, lo que no fue obstáculo para que mantuvieran una estrecha amistad. Al escribir este afectuoso y agudo retrato de su amigo, Merimée se propone rescatar del olvido su figura una vez transcurridos ocho años de su fallecimiento. Merimée fue un triunfador, tanto en lo literario como en lo profesional. Sthendal tuvo una carrera profesional errática y sus obras no fueron reconocidas hasta cien años después de su muerte. El tono del retrato es una pizca condescendiente. A Merimée nunca se le pasó por la cabeza que su amigo fuera a eclipsarle como literato.
Stendhal fue un hombre original que odiaba a los que le aburrían y no sabía distinguir a un malvado de un pesado. Siempre enamorado, adorador de las mujeres, fue un hombre dominado por la imaginación que nunca se tomaba la molestia de discutir con nadie. Buen encajador de las críticas literarias que se le hacían y muy alegre en sociedad, con un punto de chifladura y negligente con las convenciones sociales. Caía a veces en el mal tono, lo que también fue detectado por George Sand. Sus opiniones sobre arte y literatura fueron consideradas heréticas en su tiempo. Muchos coincidían en que escribía mal, lo que en realidad quería decir que no escribía con la pomposidad propia de su siglo. No en vano se puso como modelo la prosa del Código Civil francés. Muy aficionado a las máximas y sentencias, de las que se aplicaba un extenso repertorio para evitar de ese modo el verse sorprendido y el tener que improvisar. “El mal gusto conduce al crimen” -emitida por el barón Adolphe de Mareste-, era una de ellas.
Hombre impío, materialista acérrimo, de espíritu orgulloso y leal, incapaz de cualquier bajeza, se las daba de liberal, pero, como señala su amigo, en el fondo de su alma era un perfecto aristócrata. “Yo tenía y tengo aún los gustos más aristocráticos –dijo Beyle-. Haría cualquier cosa por la felicidad del pueblo, pero preferiría pasar quince días de cada mes en la cárcel antes que vivir con los tenderos.”
El breve apunte de George Sand es más crítico. Ambos escritores coincidieron durante un par de días, camino de Italia, en un viaje en barco por el Ródano. Ella, una treinteañera, estaba acompañada por su amante Alfred de Musset. Sand lo describe como un hombre gordo, de rostro abotargado, amable, burlón y satírico, con una alegría loca y algo grotesco. Aunque la Sand no era ninguna mojigata al final se muestra cansada de él, de lo obsceno de su espíritu y se alegra cuando Beyle desembarca pues no soportaba la navegación marítima. Señala también que escribía mal.
El breve texto que culmina el volumen, Los privilegios, hará las delicias de los stendhalianos. En él expresa un listado de veintitrés artículos en el que manifiesta sus más íntimos deseos que, por otra parte, coinciden con los del resto de los mortales –salud, dinero y amor- pero que están expresados con la gracia habitual de este hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario