Llueve. Dejo a los niños en el cole. Me encamino a
la ITV para la revisión anual y obligatoria del coche. Como voy sobrado de tiempo paro en Behobia quince minutos. Merodeo. El
lugar está lleno de tiendas de alcohol y tabaco destinada a los guiris,
preferiblemente franceses. En la oficina de la ITV se me cuela un gordito
prepotente. Me aguanto las ganas de saltarle a la yugular. Me toca el
quisquilloso. Hace diez años que llevo un agujerito en una tulipa. Este año es
la primera vez que lo anotan. No paso el control. Debo cambiar los neumáticos
traseros. Mi mecánico habitual no lo percibió hace una semana. Peor para él.
Vuelvo a casa. Leo la prensa digital. La libertad del secuestrador y torturador
de Ortega Lara ocupa todas las portadas. No tenemos remedio. Me desplazo a
Norauto (no me importa hacer publicidad gratuita; soy así de generoso).
Tardarán dos horas y media en cambiar las cubiertas. Aprovecharé para hacer
unas compras en el centro comercial Alcampo. Esa perspectiva me abre el
apetito. Entro en el Bellotta. Pido un rioja. Ataco un minibocadillo de jabugo,
pimiento verde y anchoas. Está delicioso. Ataco otro. Hay un mostrador de
ibéricos, tortillas y pinchos variados. Espectacular. En la pantalla, los Cuarenta
Principales Latinos. Alucino con los latinos. Me siento más nórdico cuando los
veo. Sale mi admirado Elbarrio, con su camisa de chorreras blancas, luego con
chorreras rojas, el sombrero, los aretes. Me voy. Necesito un café. No está la
camarera encantadora. Espero que no la hayan botado. En su lugar una francesa
sequita. Miro pasar gente cinco minutos y me lanzo a las compras. Está todo
cambiado desde la última vez. Vengo poco por aquí. La sección de libros es
infame. Paso de largo. Me lo tomo con calma. Estoy medio mareado por el vino.
La falta de costumbre. Me siento benévolo. Todo me da un poco igual.
Inspecciono los vinos, las cervezas, los refrescos para los niños, los
picoteos, las maquinillas de afeitar. El tiempo se me pasa rápido. Cuando termino
voy a recoger el coche. Pregunto en Norauto por los alcoholímetros. ¿Servirá
para Francia? Me dice que indican Comunidad Europea pero, al parecer, los
franceses –siempre muy suyos, siempre proteccionistas de lo suyo- exigen no sé
qué marca. A mi lado un señor los pone a parir, ante la mirada atónita de unos
jóvenes galos que también han venido a cambiar cubiertas. Bueno, no voy a
discutir. Con mi tiket de compra me dirijo a la gasolinera. Reposto y llego a
casa desganado. Ha parado de llover.
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