viernes, 14 de septiembre de 2012

El ocaso del pudor, de Miguel Dalmau



Stefania Sandrelli (arriba) y Laura Antonelli pusieron su granito de arena en la historia del pudoricidio. Ahora parecen hermanitas de la caridad.

Este libro de 500 páginas empieza con lord Byron y termina con los videos de sexo amateur que cualquiera puede bajarse de internet. En lo que va de uno a otro, que va un abismo, Miguel Dalmau nos ofrece la evolución del impudor femenino, pues parte de la base de que los hombres somos impúdicos por naturaleza, cuestión esta discutible. Así que este libro se ocupa de mujeres, de mujeres transgresoras y de algunos hombres que también han transgredido tabúes.

De una forma ordenada y por orden cronológico el autor nos ofrece algunas pinceladas de cómo ha evolucionado la cuestión objeto de su libro. Basta darle un vistazo al índice para hacernos una idea. Tenemos, entre otros, al pintor Courbet, el del sexo femenino en primer plano, al doctor Freud, naturalmente, a la descocada y encantadora escritora Colette, al promiscuo Maupassant, al Cabaret Voltaire de los dadaístas, a los desgarrados expresionistas alemanes, a la actriz Louise Brooks y su melenita, a las flapper, aquellas chicas liberadas de los años veinte, a los surrealistas con Breton a la cabeza, a Virginia Wolf y su ineludible cuarto que no es el de Jacob sino el que debe disponer toda mujer que quiera escribir, el mismísimo Gatsby de Scott Fitzgerald.

Aquí hacemos una paradita antes de llegar a la Segunda Guerra Mundial y contemplamos a Marlene Dietrich, a Mae West y otras de esta cuerda. El cine empieza a atacar duramente al pudor femenino, como es sabido, aunque tenemos un pequeño receso con los comunistas y con los nazis. Ambos dijeron e hicieron mucho en relación con las mujeres, el patriarcado, etc. Lenin intentó poner en práctica la revolución sexual pero enseguida se dio cuenta de que el resultado fue la desintegración de la familia. Ante ellos dio marcha atrás. Su sucesor, un tal Stalin, se percató de que nada como la familia para sacar adelante sus planes quiquenales y las aguas volvieron a su cauce.

Con los nazis la cuestión del impudor y los derechos de la mujer dio un paso atrás y no deja de ser curioso que, pese a ello, Adolf tuviese tantas admiradoras. Pero el autor no se detiene en ello y continúa imparable su avance. Enseguida encontramos a Simona y su El segundo sexo y, a partir de ahí, el camino se nos hace más conocido. Y aquí también me quedo yo porque, de lo contrario, caería en uno de los defectos de este libro: desprende un poco alentador aroma de manual académico. Al margen de ello destacaría los interesantes capítulos dedicados a dos directores de cine: Bergman y Passolini.

La evolución del pudoricidio da un salto cualitativo con la irrupción de internet, a principios del siglo XXI. No hace falta explicar dónde ha quedado el pudor femenino con las nuevas tecnologías. Al final del ensayo Dalmau se pregunta si se trata de una victoria frente al patriarcado o de una derrota pues, al fin y al cabo, el gran beneficiario del despelote femenino es el varón, “esa criatura obscena e impúdica por naturaleza y a quien la locura exhibicionista de su compañera le parece un regalo divino”. ¿Acaso no lo es?

En resumen, un ensayo que parece un manual para universitarios, que abarca muchos temas pero apenas profundiza en ninguno y  que deja de lado asuntos tan importantes como la decadencia de la religión cristiana en Occidente asunto que, me malicio, es la madre de este cordero.

Disfruté mucho con la biografía que Dalmau le dedicó a Jaime Gil de Biedma.

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