viernes, 22 de febrero de 2013

Jugar con fuego


     En España hay una clase supuestamente ilustrada, por lo general bien o medio bien situada, a la que le gusta jugar con fuego en cuestiones políticas, siempre dispuesta a arrimar la cerilla a la gasolina. El día en que, en efecto, se produzca la anhelada explosión, ya veremos qué cara se les queda.


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     Cualquier actorucho del tres al cuarto, uno de esos que no saben vocalizar ni su propio idioma, suelta un par de frases demagógicas en un acto rutilante pagado con nuestros impuestos y hay un montón de supuestos ilustrados que aplauden con las orejas. A esta altura ha caído el debate político en nuestro país, a estar pendientes de las tonterías que se le pasan por la cabeza a famosillos de pocas luces.

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     El autor del Génesis le hizo un flaco favor a la humanidad. Al ser humano siempre le ha gustado presumir de linaje, de antepasados. Hoy sabemos quienes fueron nuestros primeros padres: unos primates que, para sobrevivir, se vieron obligados a descender de los árboles y a convertirse en bípedos. La consecuencia de la mentira de Adán y Eva no fue otra que darle al hombre unas ínfulas que no le correspondían. Las religiones del Libro han engañado al ser humano, le han hecho creerse más de lo que es y, en consecuencia, lo han tergiversado todo, han alimentado la prepotencia de los hombres, han sido la ruina moral de la humanidad.


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     Somos demasiados. Y cada vez queremos más. Lo queremos todo y, además, lo queremos al menor precio posible. ¿Cómo sorprenderse entonces de la globalización, de la productividad, de la necesidad de producir con los menores costos posibles? El quererlo todo nos obliga a producir sin descanso, a producir por encima de lo razonable, a trabajar como bestias, a sobreexplotar el planeta. El capitalismo es el sistema que se acomoda a nuestra ansiedad, a nuestra irresponsabilidad. ¿Por qué nadie le dice al mundo que somos demasiados, que no podemos seguir reproduciéndonos como hasta ahora? Bien al contrario, le dicen a la gente que debe reproducirse, que hacen falta más niños para poder mantener el sistema, para que los jóvenes paguen las pensiones de los viejos, como estos lo hicieron a su vez con sus antepasados. Es una cadena que nos condena a la extinción, al caos, al suicidio colectivo.


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     Ni el mundo ni las relaciones humanas se entienden sin el masoquismo. Los sádicos buscan a los masoquistas y los masoquistas a los sádicos. Si olvidamos esto corremos el riesgo de entenderlo todo al revés o de no entender nada. Conocí a una mujer que se dejó embarazar por un sádico. Como el sádico la ignoraba, la despreciaba y la dejó tirada, ella decidió abortar. Pasó por todo tipo de penalidades para hacerlo. Estaba sola, en una ciudad desconocida y ya tenía un hijo del que ocuparse. Este hijo era maltratado por el sádico. Al cabo de unas pocas semanas ya estaba otra vez con el sádico, ya estaba otra vez embarazada, ya su hijo era maltratado por el tipejo. Pero a ella nada de esto parecía importarle. A ella sólo le importaba su masoquismo y el hombre que lo satisfacía.


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     ¡Dios santo, los actores se están convirtiendo en los nuevos gurús! Esto va a ser más duro de lo previsto, de ésta no vemos a salir en décadas. Sin duda teníamos muchas cuentas pendientes de pago, y no sólo bancarias, también políticas y morales.

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     He observado que las personas de mucha edad se engañan a sí mismas con perfecta naturalidad. Lo tienen asumido. De otra forma sus vidas estarían dominadas por remordimientos que terminarían por destruirlas. Comprender esto es importante. ¿Quién sabe lo que pasará por nuestras mentes cuando lleguemos a cumplir sus años? ¿Quién sabe qué mecanismos de autodefensa nos veremos obligados a utilizar?

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     Los apuntes son, por definición, provisionales. Ese es para mí su encanto.

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