La primera
película de Bigas Luna que vi fue Bilbao, allá por los setenta. Me impresionó
mucho esta cinta. Un prodigio de morbosidad con una increíble Isabel Pizano. Me
gustó. Volví a verla una década más tarde y ya me impresionó menos, pero me
siguió pareciendo un trabajo interesante y original.
Porteriormente
vi Caniche, que también me gustó. También muy morbosa pero, como la anterior,
realizada con mucho talento y desinhibición.
Luego
pasaron muchos años sin ver nada de este hombre que acaba de fallecer. Un buen
día me metí a ver Las edades de Lulú. Había leído la novela de Almudena Grandes que por entonces podía ser calificada como una obra fuerte.
A los veinte minutos me salí del cine asqueado, no por el tema sino por la ramplonería del relato visual.
Esporádicamente
me he asomado a Jamón, jamón y a alguna otra de este ciclo pero, a parte de los
indudables encantados de Penélope Cruz, debidamente realzados y exaltados por
Bigas Luna, no consiguieron interesarme gran cosa.
Dice el crítico Alberto
Luccini en este excelente artículo sobre el cine de Bigas Luna que, tras el
fracaso de sus primeras y excelentes películas –las dos citadas aquí y Tatuaje-
este director puso freno a su talento para adaptarse a lo comercial. Sin duda algo de esto debió
pasar.
En contra de
los criterios actuales, en los que prima la cantidad sobre la calidad, en los
que cualquier artista tiene que estar siempre en el candelero para “ser
alguien”, en mi opinión una sola obra de calidad justifica a un artista. En el caso de Bigas
Luna fueron al menos dos. Suficientes para mi. Tengo a Bigas Luna por uno de
los grandes en el cine nacional.
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