Con esta
hermosa película (2002), que veo en dvd, me ha pasado que no la he captado del todo a
la primera, y me he pasado el tiempo intentando descifrarla. Como por otra
parte las imágenes son tan bellas no me ha importado demasiado, pero eso de
darle dos papeles a la misma actriz le da cierta confusión al argumento.
Sin embargo,
cuando veo estas películas asiáticas tan poéticas, tan apegadas a lo humano, a
los sentimientos, a las pasiones, tengo la impresión de que el cine occidental
–al margen de su calidad estética- ha perdido totalmente el rumbo. Ignoro si
esto no es más que un símbolo de decadencia o es que ya nos hemos deshumanizado
por completo, hemos llevado la ironía, el nihilismo y el abuso de la exhibición
de la violencia a tal extremo que hemos arrasado con todo.
Probablemente
hemos llegado a un fin de época, nos hemos convertido en meras máquinas –como
le gustaba a Andy Wharhol-, y nuestras sociedades son meros mecanismos de
producción.
Quienes nos
interesamos por los individuos de uno en uno, por los sentimientos, por las
pasiones, en una palabra, por lo humano, quizá tengamos que decantarnos por el
arte cinematográfico que viene de Asia, de Africa, de Sudamérica y otros
espacios que no aún no han sido aniquilados espiritualmente por el capitalismo
consumista.
Esta
película es básicamente un retrato femenino, confeccionado con gusto, delicadeza
y un montaje no lineal que a veces se complica en exceso. La mujer protagonista
es una joven pintora de cerámica, una mujer fuerte, decidida, apasionada y
tremendamente romántica. Se enamora de un joven poeta más bien apocado y lo
hace con tal vehemencia que éste se siente ahogado. A partir de ahí se
desarrolla un argumento colateral al enamorarse de ella un veterinario.
Mi impresión
es que Zhou Yu es un personaje muy idealizado. Puede que yo esté equivocado
pero no tengo la convicción de que las Zhou Yu abunden. Creo, con Josep Pla,
que el arquetípico romanticismo de las mujeres tiene mucho de imagen impostada.
Este escaso realismo, sin embargo, no desmerece la belleza del retrato.
La continua
presencia del ferrocarril, que ella utiliza dos veces a la semana para
acercarse hasta su amado, funciona como una metáfora del amor que va y viene,
que siempre está en movimiento.
El
tratamiento visual, como he señalado, es de una belleza reconfortante. Quizá
este ejercicio de estilo sea lo más interesante de la película.
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