domingo, 7 de abril de 2013

El tren de Zhou Yu






Con esta hermosa película (2002), que veo en dvd, me ha pasado que no la he captado del todo a la primera, y me he pasado el tiempo intentando descifrarla. Como por otra parte las imágenes son tan bellas no me ha importado demasiado, pero eso de darle dos papeles a la misma actriz le da cierta confusión al argumento.

Sin embargo, cuando veo estas películas asiáticas tan poéticas, tan apegadas a lo humano, a los sentimientos, a las pasiones, tengo la impresión de que el cine occidental –al margen de su calidad estética- ha perdido totalmente el rumbo. Ignoro si esto no es más que un símbolo de decadencia o es que ya nos hemos deshumanizado por completo, hemos llevado la ironía, el nihilismo y el abuso de la exhibición de la violencia a tal extremo que hemos arrasado con todo.

Probablemente hemos llegado a un fin de época, nos hemos convertido en meras máquinas –como le gustaba a Andy Wharhol-, y nuestras sociedades son meros mecanismos de producción.

Quienes nos interesamos por los individuos de uno en uno, por los sentimientos, por las pasiones, en una palabra, por lo humano, quizá tengamos que decantarnos por el arte cinematográfico que viene de Asia, de Africa, de Sudamérica y otros espacios que no aún no han sido aniquilados espiritualmente por el capitalismo consumista.

Esta película es básicamente un retrato femenino, confeccionado con gusto, delicadeza y un montaje no lineal que a veces se complica en exceso. La mujer protagonista es una joven pintora de cerámica, una mujer fuerte, decidida, apasionada y tremendamente romántica. Se enamora de un joven poeta más bien apocado y lo hace con tal vehemencia que éste se siente ahogado. A partir de ahí se desarrolla un argumento colateral al enamorarse de ella un veterinario.

Mi impresión es que Zhou Yu es un personaje muy idealizado. Puede que yo esté equivocado pero no tengo la convicción de que las Zhou Yu abunden. Creo, con Josep Pla, que el arquetípico romanticismo de las mujeres tiene mucho de imagen impostada. Este escaso realismo, sin embargo, no desmerece la belleza del retrato.

La continua presencia del ferrocarril, que ella utiliza dos veces a la semana para acercarse hasta su amado, funciona como una metáfora del amor que va y viene, que siempre está en movimiento.

El tratamiento visual, como he señalado, es de una belleza reconfortante. Quizá este ejercicio de estilo sea lo más interesante de la película.