Me pregunto
si es una buena idea el comenzar a leer a un escritor de ficción en un libro de
memorias como es este Quemar los días. Me pregunto también si tras leer
alguna de sus siete novelas me hubiera decidido a leer estas páginas memorialistas. Puede que no. Eso no lo sabré hasta que no me aventura en
alguna de sus obras de ficción.
Quemar los
días no es una obra unitaria. Tiene dos partes muy desiguales. La primera está
dedicada al paso de Salter (Nueva York 1925) por el Ejército, en su calidad de piloto de aviones
de combate, entre los 17 y los 32 años. Esta parte, aunque de lectura
complicada, al menos en traducción, es notable. La segunda parte, que ocupa la
mitad del libro, se refiere a su vida como escritor profesional y no pasa de
ser un conjunto de estampas de viajes europeos y de semblanzas de escritores
contemporáneos en muchos casos desconocidos fuera de los EE.UU. Aunque contiene
páginas de gran belleza sobre París y Roma, el resto no está a la altura de la
primera parte.
La semblanza
que hace Salter de la vida militar, sin embargo, es tan interesante como
idealista. En esto también es muy norteamericano. Las doscientas primeras
páginas son una exaltación, sin asomo de crítica, de la vida y los valores del
Ejército. El valor, el coraje, el desinterés, el estoicismo, la disciplina, el
respeto y la admiración por los superiores, el liderazgo, son algunos de los
valores que el autor resalta en estas páginas. También la caballerosidad, la
hidalguía, la elegancia, la impasibilidad ante la muerte. No son temas que
abunden en la literatura contemporánea.
El autor ha
pasado por la academia de West Point para, a continuación, especializarse en el
oficio de piloto de cazas a través de sucesivas prácticas y estudios.
Diferentes destinos: Hawai, Alemania, el norte de Africa. Diferentes amores. La
acción va hacia adelante y hacia atrás. Apenas hay una continuidad narrativa.
Ya oficial
Salter es destinado en Corea donde se dedica, principalmente, a pilotar los primeros
aviones a reacción, los F-80, y a combatir a los MIG soviéticos. Es una lucha
cotidiana por sobrevivir. Asiste a la muerte de muchos compañeros, a los que
rinde una serie de homenajes en los que pone de manifiesto su generosidad y su
alto concepto del compañerismo.
Salter no es
un escritor fácil para el lector y, lamentablemente, el trabajo de la
traductora no facilita las cosas. Su estilo, aparentemente sencillo, no lo es,
debido principalmente a su afición, cuando no obsesión, por la elipsis. No sólo
hay saltos y elipsis en el mismo párrafo sino que, muchas veces, lo hay dentro
de cada frase. A ello hay que añadir un cripticismo, agudizado por la
defectuosa traducción, que en muchas ocasiones vuelve el texto incomprensible.
Pese a ello,
a veces consigue pasajes líricos de gran intensidad y emoción. Son estos
fragmentos los que dejan intuir a un escritor de gran calidad y los que hacen
que uno se encariñe con él y que se continúe con la lectura a pesar de los
pesares.
La primera
parte concluye con la solicitud de baja en el Ejército, “el acto más difícil de
mi vida”, cuando ya había publicado su primera novela Pilotos de caza. Quiere dedicarse
a escribir. Aparece a partir de aquí otro Salter que, aparentemente, tiene poco
que ver con el primero.En la
segunda parte hay poca intimidad, escasa vida interior. Salter parece ver la
vida a través de los otros. En su lugar aparece la vida social, demasiada para
mi gusto. El autor parece obsesionado por conocer gente. Tal vez en los EE.UU
la única forma de llegar a ser un escritor de éxito pasa por el camino de las
relaciones públicas. Tal vez el problema de Saltaer consiste en que es
demasiado norteamericano.
Asistimos a una
sucesión de hoteles, restaurantes, cenas, fiestas, bailes y copas en todo tipo
de tugurios que llegan a resultar fatigosas. Por no hablar de la acumulación de
viajes y de cambios de residencia. Nomadismo y alcoholismo. Todo muy americano,
pero no demasiado interesante, salvo algunos personajes que se cuelan como de
refilón.
Seguiré con
Salter. Tiene una originalidad muy atractiva, es personal.
James Salter, Quemar los días (Reminiscencias)
Ed. Salamandra, 2010. 445 páginas. Original de 1997
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