viernes, 10 de mayo de 2013

James Salter, Quemar los días


Me pregunto si es una buena idea el comenzar a leer a un escritor de ficción en un libro de memorias como es este Quemar los días. Me pregunto también si tras leer alguna de sus siete novelas me hubiera decidido a leer estas páginas memorialistas. Puede que no. Eso no lo sabré hasta que no me aventura en alguna de sus obras de ficción.

Quemar los días no es una obra unitaria. Tiene dos partes muy desiguales. La primera está dedicada al paso de Salter (Nueva York 1925) por el Ejército, en su calidad de piloto de aviones de combate, entre los 17 y los 32 años. Esta parte, aunque de lectura complicada, al menos en traducción, es notable. La segunda parte, que ocupa la mitad del libro, se refiere a su vida como escritor profesional y no pasa de ser un conjunto de estampas de viajes europeos y de semblanzas de escritores contemporáneos en muchos casos desconocidos fuera de los EE.UU. Aunque contiene páginas de gran belleza sobre París y Roma, el resto no está a la altura de la primera parte.

La semblanza que hace Salter de la vida militar, sin embargo, es tan interesante como idealista. En esto también es muy norteamericano. Las doscientas primeras páginas son una exaltación, sin asomo de crítica, de la vida y los valores del Ejército. El valor, el coraje, el desinterés, el estoicismo, la disciplina, el respeto y la admiración por los superiores, el liderazgo, son algunos de los valores que el autor resalta en estas páginas. También la caballerosidad, la hidalguía, la elegancia, la impasibilidad ante la muerte. No son temas que abunden en la literatura contemporánea.

El autor ha pasado por la academia de West Point para, a continuación, especializarse en el oficio de piloto de cazas a través de sucesivas prácticas y estudios. Diferentes destinos: Hawai, Alemania, el norte de Africa. Diferentes amores. La acción va hacia adelante y hacia atrás. Apenas hay una continuidad narrativa.

Ya oficial Salter es destinado en Corea donde se dedica, principalmente, a pilotar los primeros aviones a reacción, los F-80, y a combatir a los MIG soviéticos. Es una lucha cotidiana por sobrevivir. Asiste a la muerte de muchos compañeros, a los que rinde una serie de homenajes en los que pone de manifiesto su generosidad y su alto concepto del compañerismo.

Salter no es un escritor fácil para el lector y, lamentablemente, el trabajo de la traductora no facilita las cosas. Su estilo, aparentemente sencillo, no lo es, debido principalmente a su afición, cuando no obsesión, por la elipsis. No sólo hay saltos y elipsis en el mismo párrafo sino que, muchas veces, lo hay dentro de cada frase. A ello hay que añadir un cripticismo, agudizado por la defectuosa traducción, que en muchas ocasiones vuelve el texto incomprensible.

Pese a ello, a veces consigue pasajes líricos de gran intensidad y emoción. Son estos fragmentos los que dejan intuir a un escritor de gran calidad y los que hacen que uno se encariñe con él y que se continúe con la lectura a pesar de los pesares.

La primera parte concluye con la solicitud de baja en el Ejército, “el acto más difícil de mi vida”, cuando ya había publicado su primera novela Pilotos de caza. Quiere dedicarse a escribir. Aparece a partir de aquí otro Salter que, aparentemente, tiene poco que ver con el primero.En la segunda parte hay poca intimidad, escasa vida interior. Salter parece ver la vida a través de los otros. En su lugar aparece la vida social, demasiada para mi gusto. El autor parece obsesionado por conocer gente. Tal vez en los EE.UU la única forma de llegar a ser un escritor de éxito pasa por el camino de las relaciones públicas. Tal vez el problema de Saltaer consiste en que es demasiado norteamericano.

Asistimos a una sucesión de hoteles, restaurantes, cenas, fiestas, bailes y copas en todo tipo de tugurios que llegan a resultar fatigosas. Por no hablar de la acumulación de viajes y de cambios de residencia. Nomadismo y alcoholismo. Todo muy americano, pero no demasiado interesante, salvo algunos personajes que se cuelan como de refilón.

Seguiré con Salter. Tiene una originalidad muy atractiva, es personal.

James Salter, Quemar los días (Reminiscencias) 
Ed. Salamandra, 2010. 445 páginas. Original de 1997

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