martes, 25 de junio de 2013

Manuel Cháves Nogales, un pequeño burgués en la Rusia bolchevique

El periodismo requiere dos capacidades: la de observación y la de síntesis. De ambas estaba sobrado Manuel Chaves Nogales, de quien ahora leo “La vuelta a Europa en avión. Un pequeño burgués en la Rusia roja”. “Contar y andar es la función del periodista.”, dice. Y añade: “El talento periodístico no significa sino capacidad de expresión breve, precisa, eficaz.”

El tardío descubrimiento de que ha sido objeto este hombre (Sevilla, 1897- Londres, 1944) no es sino otra muestra más de la penuria cultural que define a España. Si este hombre hubiese sido francés, o inglés, o alemán o italiano, hace décadas que sus obras serían de lectura obligatoria en los estudios de periodismo y de literatura.

Esta obra trata sobre un viaje en avión por Europa, llevado a cabo en el año 1928, cuando aún la aviación era una práctica minoritaria aunque en fase expansiva. Las aeronaves alcanzaban velocidades de 200 kilómetros por hora y, en caso de apuro, como sucede varias veces en este periplo, eran capaces de aterrizar en cualquier sembrado. Aún así se requería no poco valor para subirse en una de ellas.

Chaves Nogales sale de Madrid y va haciendo escalas en Barcelona, París, Suiza, Alemania y Rusia, hasta el Caúcaso, para dar la vuelta y regresar por el mismo trayecto con desvío final por Checoslovaquia, Austria y el norte de Italia.

En cada una de las escalas, algunas de apenas dos o tres días, este periodista es capaz de aguzar la vista de tal forma y, a continuación escribir sobre ello, que parece haber estado semanas en cada uno de los destinos.

Reparte observaciones sobre todo lo que le sale al paso: el paisaje, el color local, los jóvenes, los burgueses, las costumbres locales, los hábitos morales, la religiosidad, el arte, el turismo. Es una de las miradas más perspicaces que pueden conocerse en el periodismo nacional. Nada se le escapa y la mayor parte de sus observaciones, vistas con la perspectiva que da casi un siglo de distancia, son atinadas.

El objetivo es ambiguo y preciso a la vez: “Otear el panorama espiritual de Europa”. Detrás de estos detalles y anécdotas que se acumulan hay una voluntad de sacar conclusiones de orden espiritual.

El paisaje visto desde el aire, una perspectiva totalmente inédita en la literatura, es una de las gracias que aporta este hombre: “El mundo es feo desde aquí arriba, feo y mezquino.” En un viaje aéreo “lo primero que salta a la vista es la despoblación.” Cuando todo el mundo vuele, dice, las cosas cambiarán. En efecto, ahora que todo el mundo vuela, las cosas han cambiado… a peor.

A modo de ejemplos pongo algunas citas sobre cada uno de los países visitados:

Francia, sobre la influencia americana: “Los franceses, que resistieron al hierro, no resisten al oro. Es lástima. Estos tíos de Chicago lo van a estropear todo.”

Suiza: “Nada sublime, nada desmesurado; todo tiene una corrección municipal.” “El suizo no acaba de serme simpático. Se parece demasiado a sus encinas. Tanto monta un encinar como una tropa de ginebrinos. Tienen esa inmovilidad y esa firmeza de los viejos troncos.”

Alemania y su pasión por la mecánica: “No soy, como español, el antípoda espiritual del alemán que es el francés y advierto ese fondo de blanda humanidad, tan cálido, tan emocionado que hay en la gente alemana,” “No habrá riada en el mundo capaz de contener esa fuerza expansiva de Alemania… Es que la gente tiene una vitalidad maravillosa.” Sobre Alemania volverá más tarde Chaves Nogales, en uno de sus mejores libros: Bajo el signo de la esvástica.

Y a partir de aquí penetra en el gran tema de este libro: Rusia y su situación una década más tarde de la revolución bolchevique.

Antes, una aclaración: Chaves Nogales será azañista; dirigirá el periódico pro-azañista de la República y, escamado, escéptico sobre su seguridad entre los propios republicanos, se marcha de Madrid cuando lo hace el gobierno.

El lector deberá tener en cuenta también que estamos en 1928, el año en que se pone en marcha el primer plan quinquenal, mediante el cual se colectivizan las explotaciones agrarias y se implantan las granjas colectivas. Pero Rusia era “un país de aldeas, millones de aldeas, de quince, veinte, cincuenta habitantes a lo sumo.” “El campesino ruso –añade- vive sobre el campo, a solas con él, sin ningún contacto con la ciudad. El pueblo, la pequeña aldea rural no existen.”

La consecuencia de este primer plan quinquenal será, aunque Chavez Nogales aún lo ignora, la emigración masiva a las ciudades y unas hambrunas que ocasionan millones de muertos.

El periodista sabe ya que Trosky ha sido expulsado del Partido Comunista y enviado al exilio interior, pero Stalin no ha empezado aún a eliminar a sus seguidores quienes gozan incluso de alguna libertad de expresión. Las grandes purgas estalinistas empiezan en 1934 y Trosky sería asesinado por orden de Stalin en 1940.

Así pues la visión de Chaves Nogales es aún benévola, aunque no exenta de crítica. Se advierte y se agradece su voluntad de compresión de la revolución bolchevique.

Pone de relieve el entusiasmo soviético ante cualquier manifestación industrial y el consiguiente fetichismo de la máquina. Este es precisamente el punto flaco del régimen soviético y, para subsanarlo, han debido sacrificarse los dogmas del comunismo, lo que condujo a la creación de un capitalismo de Estado.

Las disquisiciones que introduce ante el espectáculo de Moscú son afinadas. Moscú es arrasado por la dictadura bolchevique pero su espíritu resiste “porque Moscú es la concreción más formidable del espíritu tradicionalista que hay en el mundo. “En arte –apostilla- lo viejo es más fuerte que lo nuevo.”

“El comunismo consiente que se viva burguesamente (hotel Savoy) pero lo cobra caro.”

En la vida cotidiana se ha suprimido toda superficialidad: la alimentación es barata: la ropa. Sin embargo, muy cara.

Dedica un capítulo a los popes, el clero de la religión ortodoxa, antaño genuinos mandamases y ahora reducidos a la miseria. “El pueblo sigue siendo religioso pero el pope ha perdido todo su prestigio.”

Analiza la situación y el papel de la mujer y concluye que “es la mujer rusa la que defiende y, en gran parte mantiene, el comunismo.”

Pocos temas escapan a la mirada de Chaves Nogales: el problema de los niños abandonados, “la gran vergüenza del régimen soviético”; la policía política, “la mejor del mundo”, habida cuenta de que la policía criminal “es absolutamente ineficaz.”

En la URSS el ejercicio del periodismo es peculiar: “el periodista es un funcionario más de la máquina administrativa.” “Los periódicos no son más que escuderos de la revolución.” Los periódicos tienen una gran libertad para hablar de los problemas de la Administración, pero ninguna para asuntos doctrinales. La incomunicación del pueblo ruso con el resto del mundo es absoluta.

“Ser comunista en Rusia es como pertenecer a una clase aristocrática. El acceso a esta clase es difícil. No es comunista todo el que quiere. Todo habitante de Rusia consideraría hoy como un privilegio el pertenecer al Partido.”

Tras la visita a Moskú continúa su viaje hacia los sanatorios y centros termales del sur, creados por la gran burguesía zarista y adaptados ahora para el proletariado.  En la remota cordillera del Caúcaso informa sobre los esfuerzos “civilizadores” que han efectuado los comunistas. Aparece aquí la tribu de los heuser, habitantes de las montañas dedicados al robo.

Concluye el viaje a Rusia con una visita a un español, Ramón Casanellas, uno de los autores del atentado que asesinó al político de la Restauración Eduardo Dato.

Lo curioso este trabajo es que en 1928 el lector de periódicos español, al menos el abonado al Heraldo de Madrid, dispusiese de información tan de primera mano sobre la revolución rusa. Otra asunto es la credibilidad que se prestase a estas informaciones, en una época, no muy diferente a la actual, en la que lo importante no eran los datos objetivos sino el cristal con que se miran. Pero los datos ya estaban ahí gracias a este maestro del periodismo que fue Manuel Chaves Nogales.