Después de años, tal vez décadas, tentado por una edición de bolsillo, he vuelto a Umbral: Carta a
mi mujer. Obra póstuma con prólogo de Pere Gimferrer, académico, según creo. Publicada en 2008
pero concluída veinte años antes.
No hay aquí radiografía del matrimonio, como en Balzac, dice
el autor. Aquí hay, digo yo, toneladas de lirismo ramplón. Doscientas cincuenta páginas
de lirismo reiterativo en prosa. Qué pelmada.
Cuando deja la prosa y se pasa al verso es aún peor.
Umbral era un pelma que resultaba gracioso en medio de una
España garbancera y tétrica, no tan diferente a la de hoy.
He sacado dos conclusiones interesantes: Umbral y señora
practicaban sexo anal (aunque a ella no le gustaba) y Umbral no sabía
prepararse un desayuno. Se levantaba ella para hacérselo. Fascinante.
Una y otra vez los mismos recursos, la misma conexión de
frases a base de repetir las palabras, a la manera de Cela, el mismo bombardeo
incansable de metáforas supuestamente ingeniosas, la misma idea dando vueltas y
más vueltas en capítulos alternos, la misma incapacidad para hablar de lo que
no sea su propio ombligo pero siempre disimulando y poniendo cualquier excusa,
su mujer en este caso.
Pensar que este hombre fue uno de los ídolos literarios de
mi juventud (y casi diría de mi generación). Qué tragaderas las nuestras. Con
qué entusiasmo nos lo tragamos todo.
Claro, cuando entonces había mucho dinero público para “cultura”
y para “arte” y para “literatura”. Todo terminaba siendo muy sugestivo. Cuando entonces el país necesitaba capas y
más capas de barniz cultural. Dónde se ha visto una “democracia” analfabeta o,
peor aún, resabiada de cultura oficial dictatorial. Fue una inversión
necesaria.
Ahora ya no hay un duro para nada de eso, para despilfarrarlo
en cultura. Ahora sólo hay dinero para rescatar a los bancos. Pobrecitos. He estado tentado de escribir que casi mejor, que nos ahorramos
mucha basura. Pero ni por esas.
Francisco Umbral, un huérfano junto a su madre
Francisco Umbral, un huérfano junto a su madre