jueves, 25 de septiembre de 2014

La casera del pederasta

La casera octogenaria de la casa donde se había escondido el pederasta de Ciudad Lineal --perseguido por “la mejor policía del mundo”, según ha dicho un baboso de solemnidad-- ha opinado sobre el sujeto.

Dice la casera que, cuando se lo presentaron, le pareció “un chico majo y formal.” A ojos de una mujer de 84 años no caben mayores elogios hacia una persona: majo y formal, los dos epítetos con los que soñaban nuestros padres cuando acudían con su mejor traje a la casa de sus futuro suegros para la petición de mano. Salir con un “majo y formal” bajo el brazo era el éxito garantizado. Ya podía empezar uno a arreglar los papeles y a pedirle cita al párroco.

Pero, siempre hay un pero, sobre todo a toro pasado. Y el pero, en esta ocasión, estaba en la mirada o, mejor aún, en la no mirada. Este presunto pederasta es que no miraba a los ojos, aprecia la casera. Mala señal, aunque no se sabe bien de qué: hay tanta gente que no mira a los ojos a sus interlocutores o, peor aún, que sólo mira a los ojos cuando quieren fulminarle a uno.

Pero la casera, mujer curtida, ha hecho una interpretación clásica de esta no mirada. “Es un zorro.” Si hubiera sido una mujer no hubiera dicho “es una zorra”, porque la palabra zorro tiene acepciones distintas en masculino que en femenino.

Luego, cuando se enteró por la tele de lo sucedido en su propio inmueble se echó las manos a la cabeza: “Dios mío, ¿qué hemos tenido aquí?” Quién le iba a decir a esta buena mujer que, a su edad, iba a vivir sus cinco minutos de gloria. Ya lo dijo Warhol: no hay que perder nunca la esperanza.

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