Voy a Irún para recoger a M, que ha deambulado por la ciudad con un amigo. Una tarde soleada y azul. Damos un paseo de media hora por la pista junto al río. Por la avenida baja una señora de cuerpo rotundo cargado con unas bolsas de compra. Nos asomamos al campo de fútbol. Asistimos, durante cinco minutos, a un entrenamiento. El entrenador usa una cámara de video. Todo es muy sofisticado, como corresponde. Continuamos hasta el parque de skaters y regresamos. Tiro algunas fotos.
La luna pálida sobre el monte San Marcial.
Entre el verde de la isla, en la marisma del Bidasoa, una caseta de labranza. Una mujer se afana en labores agrícolas. Qué vida tan próxima y tan lejana. Envidia de su aislamiento, de su concentración. Cómo rentabiliza su entretenimiento.
Bajamar. Cisnes, patos, gaviotas en un remanso del río. Van y vienen.
La siempre deliciosa hora previa al anochecer veraniego. Una tranquilidad, una serenidad, una dulce tibieza en el aire.
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