miércoles, 12 de agosto de 2015

Hacia el Saioa por viejos caminos

Iglesia del antiguo monasterio de Velate

La niebla aún permanece agarrada a las laderas pero, cuando llego a la Venta de Ulzama, ya ha despejado. Dejo el coche y camino un rato por la carretera. Esta carretera me trae muchos recuerdos. Es la vieja  ruta que yo hacía semana tras semana –muchas veces en moto- cuando estudiaba en Pamplona. Con la nueva carretera ha quedado un poco olvidada. Ahora casi recuerdo cada curva, cada imagen. Estos recuerdos de juventud me ponen un poco nostálgico, pero la mañana es tan hermosa que no queda un resquicio para recrearse en estas nieblas de la memoria.
Argoma en flor junto al camino

En el punto de acceso hay un grupo de excursionistas que van hacia el embalse de Eugui. Yo sigo tranquilamente el viejo camino. Dejo a la derecha el antiguo hospital de peregrinos y la iglesia del antiguo monasterio de Velate. En sus inmediaciones pasta ahora el ganado vacuno. Por aquí, en efecto, discurre el Camino de Santiago baztanés.
Potros a la sombra

Aparece luego un edificio que está siendo restaurado. Es la ermita de Santiago, del siglo XII. En este punto hay una bifurcación. Sobre una ladera se ve un gran rebaño de ovejas y los restos de una casa de carabineros. En el lado opuesto aparecen hileras de menhires, procedentes de la antigua calzada romana y luego medieval que unía Aquitania con Pamplona. Caminos de gran solera, muy transitados en siglos pasados. El de la derecha, por donde discurre mi ruta, se adentra en un gran hayedo. Las hayas son dominantes. No dejan que otras especies proliferen a su sombra. Reina el silencio.
Calzada de menhires en la ruta Aquitania-Pamplona

Poco a poco el silencio es sustituido por el murmullo del arroyo Aratxuri, que nace un poco más arriba. Su trazado me acompaña durante un par de kilómetros. Cuando el camino del hayedo empieza a empinarse me detengo para beber agua. Entonces descubro que he olvidado la botella en casa. Hace bastante calor, el resto del camino es un ascenso sin tregua y yo no tengo agua. Lo más prudente es darse la vuelta y plantearse un plan alternativo para aprovechar la jornada. En estas me debato cuando aparecen dos mujeres y me preguntan por el camino hacia el Saioa. Les explico que sólo hay que seguir las marcas blancas y rojas del GR-12. Las mujeres, al enterarse de mi previsión de vuelta me ofrecen un botellín de agua y los tres seguimos adelante. Pero yo he desactivado mi gps, el camino se ha cerrado y el bosque no me deja volver a conectarme.
El hayedo silencioso

Una de las mujeres tira monte a través y yo me voy quedando rezagado porque uno ya sólo está para caminitos. A la vuelta descubriré que hay un bonito sendero junto al arroyo que resulta mucho más agradable de andar. Pero las montañeras aguerridas no pierden el tiempo en buscarlo.
En el collado

Al final del bosque hay una chabola semiderruida, destechada en parte, casi pegada a la ladera, muy bonita aún. Luego surge el collado y un ascenso que me resulta penoso. No hay una sombra y ya vengo derrengado. Veo cómo las dos aguerridas siguen su ascenso en la lejanía. Me lo tomo con tranquilidad, pero cuando llego a la cima del Okolin decido que ya he tenido suficiente por hoy. Busco un hueco en la ladera más protegida del viento y me tumbo al sol.
Chabola

En el cielo no hay una nube. Varias rapaces planean sobre nuestras cabezas a la búsqueda de alimento. El panorama desde la cumbre es soberbio. A mi espalda el valle del Baztán; a la derecha, tras las Peñas de Aya y el Larrún se adivina el mar; a mi izquierda, el valle del Ulzama. La vista se pierde en las montañas lejanas. Un gran rebaño de ovejas y caballos a mis pies. Se escuchan las esquirlas de los animales.
El arroyo Aratxuri

Como algo y aún me quedo un rato antes de regresar por donde he venido. En la bajada me reencuentro con las dos montañeras que regresa del Saioa. Han venido desde Amorebieta. Pasan una semana en Elizondo. Cada día hacen una cumbre. Ayer estuvieron en el Auza, la otra cumbre más popular de la comarca. Les hizo mal tiempo.
Ciervos en Venta de Ulzama

Se quedan a comer a la sombra de un arbusto. Continúo el descenso. El calor aprieta. Qué agradable la sombra de las hayas. Cuando llego a la Venta me quito las botas y me tomo una cocacola bien fría, a la sombra del porche. En la ladera pasta un rebaño de ciervos.


Restauración de la ermita de Santiago