Aspecto parcial del murallón calizo de la Peña Amaya
A Javier, que me sacó de allí
De la burgalesa Peña Amaya (1377 m.) casi salgo en un helicóptero de la Guardia Civil. Contaré aquí lo que me pasó por si sirve para que situaciones como las que yo he vivido no se repitan. Sin duda alguna para ello será necesario que las autoridades pertinentes -¿la Junta de Castilla y León?- adopten las medidas para señalizar debidamente los ascensos y descensos de esta gigantesca lora
Restos del castro cántabro. A la derecha vista parcial de El Castillo
La Peña Amaya recibe más de seis mil visitantes anuales. Habida cuenta de la pésima señalización del lugar y los precipicios existentes es casi milagroso que no se hayan producido más accidentes. La razón, probablemente, radica en que mucha gente, en vista de las inesperadas dificultades que presenta esta cima, desiste y se da media vuelta.
Un buitre acecha
Intento acceder a la cumbre por el lado este pero desisto por no encontrar el portillo de subida, perfectamente camuflado entre la gran muralla de roca. En vista de ello me doy la vuelta y lo intento por el otro lado. Encuentro un punto de posible acceso y empiezo a subir. Sin embargo, a medio camino, visto el precipicio que dejo a mis pies y la imposibilidad de bajar por esta misma vía me doy la vuelta y tiro la toalla.
El pueblo Amaya semioculto por los peñascos
Pero al volver sobre mis pasos, engañado por la imprecisión del GPS –debido a la peculiar orografía de este terreno-, no desciendo hasta el camino de vuelta sino que cojo otro a media altura. Este camino me lleva hasta un saliente por el que no puedo avanzar pues estoy a unos diez o quince metros de altura y no hay acceso. En este punto, con el GPS induciéndome a creer que estoy en el camino correcto, no puedo avanzar ni retroceder. Y, además, no entiendo lo que está pasando. Una situación poco envidiable.
Espectaculares vistas sobre la Meseta y sobre las loras vecinas
El montañero me informa de que, en efecto, estoy metido en una punta sin acceso. El ruido del viento nos impide comunicarnos adecuadamente. Pierdo de vista al montañero y continúo a la espera. Veinte minutos más tarde el montañero surge a unos cien metros en el camino por el que he llegado. Ha trepado por unas cuerdas instaladas para acceder a la cumbre en plan alpinista.
Brezo en flor (en la imagen), té de montaña, lavanda
Como descender por las cuerdas es complicado para un inexperto como yo , sugiere que subamos a la cumbre y bajemos por el otro lado. Contacto con emergencias para anular el dispositivo del rescate. En el punto donde nos encontramos hay una vía trazada a base de estacas de hierro clavadas en la roca. Agarrándonos a ellas y procurando no mirar hacia abajo accedemos a la cumbre, que resulta ser un páramo apenas cubierta por la vegetación.
Otra de las loras, paralela a la de Amaya, separadas por un valle
Javier, mi rescatador, resulta ser el cura de Prádanos y otros municipios de la zona palentina. No pensaba venir hoy a la Peña Amaya pero, ha cambiado de planes debido a un retraso a la hora de salir. Bendito retraso. No sé cómo agradecerle la ayuda que me ha prestado.
Ya que estamos arriba damos un paseo por la cumbre. Hay varios toscos refugios construidos por acumulación de piedras. No llegamos hasta el vértice geodésico -estoy exhausto- pero lo alcanzamos con la vista. El portillo de bajada está marcado por un hito de piedras. Es intrincado pero relativamente sencillo.
De vuelta al aparcamiento encontramos al guarda del lugar, que yo no he visto a la llegada porque aún era temprano. El hombre se dedica a contar los visitantes y preguntarles la edad. Ofrece algunas explicaciones sobre accesos pero yo, francamente, no las entiendo.
En la cima se han levantado pequeños refugios
Metido en el coche recibo una llamada de la Guardia Civil interesándose por mi situación. Es una tranquilidad el saber que, en última instancia, ellos están ahí. Mi agradecimiento también para ellos.