En Oña, buscando la
oficina del parque natural, descubro el parque y los jardines del antiguo
Monasterio de San Salvador. Adosado a la iglesia del monasterio está el
cementerio. Decía Ernest Jünger que a los pueblos se les conoce por los
mercados y los cementerios. Yo tengo la costumbre de visitar estos últimos.
Entrada al cementerio
El recinto,
presidido por un gran ciprés, tiene dos patios. El superior parece el más
antiguo. En el inferior hay sepulturas en tierra y nichos más recientes. En
ambos hay gran variedad de sepulturas, algunas de ellas, las más modestas, son
pequeños túmulos sin nombres presididos por una cruz.
Al otro lado de la
verja hay una cruz dedicada a los “caídos en la guerra”, acompañada por una
lápida con los nombres de legionarios italianos y soldados muertos en la guerra
civil en el hospital de Oña. Hay también enterramientos en el suelo con sus
cruces.
En diversos
pabellones antiguos pueden verse obras de diferentes artistas, algunas de ellas
curiosas y con interés, aunque su aspecto es más bien descuidado. Esta dejadez
confiere al lugar un aire entre sombrío y romántico. En las fotos dejo algunas
muestras.
Dos imágenes de pinturas. La de arriba apoyada sobre una pared. La de abajo, al freco.
Me cruzo con una
mujer y dos hombres. La mujer señala una de las ventanas del monasterio y comenta
que siempre le impresiona verla. Esto es lo que miraba la mujer:
Por último, se
pueden disfrutar los jardines que diseñaron los frailes para su ocio
particular. Son plataformas en varios niveles, con una fuente y abundante
vegetación que produce una sombra muy agradable en un día tan caluroso como el
de hoy.
Pero lo mejor es una
obra de ingeniería hidraúlica consistente en la canalización de un arroyo. El
agua circula por un ancho canal, emitiendo muy bellos reflejos, y termina
decantándose en un gran depósito. Hay también una cueva y otros puntos de
interés que dejo para mi próxima visita.
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