martes, 29 de septiembre de 2015

Minimalismo en la Sierra de Andía

Las balsas de Ikomar. Sin ellas y otras semejantes el ganado no podría sobrevivir en estas alturas 

El paseo comienza bien, con tres o cuatro hayas centenarias junto al borde del camino. Es una zona de pastos. Muchas ovejas, caballos, vacas. Pero luego el tono cambia. Y es aún mejor. Este de la Sierra de Andía -parque natural navarro- es un paisaje minimalista, muy abierto, con vegetación escasa y abundancia de roquedos. 

 Grupo de yeguas y potros que bajan a abrevar

Al norte, en el fondo de la imagen, el poderoso lomo del San Donato o Beriain, con su ermita en lo alto, que cierra el espacio y lo preside majestuoso.

Brezales en primer término 


Los roquedos se componen de lajas superpuestas, muy parecidas, a escala reducida, a las que pueden verse en los flysch de la costa vasca. Sobre el fondo desvaído del cielo, apenas alterado por tenues pinceladas blancas, se recortan los grises claros de rocas y montañas.

Manchas boscosas y siluetas del vecino parque de Aralar

Una vez abandonado el camino inicial casi todo el trayecto lo hago campo a través. Pero es un campo muy fácil de caminar. Está compuesto de yerba muy corta, alfombrada, y lajas de piedra. Abunda también el brezo, que forma grandes colonias. Es uno de los paseos más agradables de pisar que he realizado. La subida, salvo en el tramo inicial, algo más dura, es larga pero suave y gradual.



Hoy toca peregrinar. Me he propuesto llegar hasta la ermita de Trinidad de Iturgoyen.  La ermita es del siglo XIII, aunque fue restaurada en los noventa del siglo pasado. Dispone de un pequeño pórtico lateral con dos arcos de medio punto. La fachada este no tiene vanos, a diferencia de la oeste. Aprovecho un banco corrido de piedra en este lado, soleado y recogido del norte que sopla esta mañana, para comer algo. 


Lo hago disfrutando de una gran panorámica sobre la Sierra de Urbasa. La de Andía y la de Urbasa conforman este bello parque natural navarro. A la izquierda, el pueblecito de Lezaun.


En lo alto del Malkatxo encuentro a un veterano pastor que ha subido hasta aquí, por la pista, en una desvencijada furgoneta. Me cuenta que la yerba de Andía “es como pienso”, mucho más nutritiva que las de Aralar y otros pastos cercanos. Ello es debido, al parecer, a que está un poco seca y recibe mucho sol. Es una tierra cárcica que filtra mucho el agua. Me cuenta también que mantendrá su rebaño por aquí hasta noviembre. Lo trajo a final de mayo. Luego pasará la temporada invernal en los establos que tiene en Betelu. El hombre, que empezó vendiendo leche de oveja se cambió luego a la elaboración de la cuajada.

Una de las características formaciones vegetales de Andía

La vuelta se completa con la cima del Malkatxo, donde hay una gran caja cuyo significado se me escapa pues, para buzón, parece algo desmesurada. Los caballos también pastan allí. La ermita y la cima están a una altura parecida, así que uno apenas se percata de que ha llegado. El camino, que ahora desciende, continúa mullido y atraviesa brezales. El descenso es muy pendiente y rápido. Hay que atravesar, por las bravas, un bosquete de hayas. Me lleva un rato, que uno ya no está para muchos equilibrios en la barra. Encuentro un osario de ganado. El suelo del bosque está sembrado de hojas rojizas. Por fin doy con la salida y retorno al camino del principio.



Hermosas vistas sobre el valle desde el mirador que se ha habilitado en lo alto del puerto. Arriba, el pueblecito de Dorrau y, un poco más allá, el de Unanu, ambos al pie de San Donato. Abajo, la localidad de Elgorriaga.