sábado, 26 de diciembre de 2015

Un paseo tranquilo desde Narvarte


El puente de Reparacea sobre el río Bidasoa

He llegado hasta el collado que separa las cimas de Meate y Oteitzoiana desde la localidad navarra de Narvarte. No he venido por el camino recto, sino que he dado un rodeo por el Señorío de Vertiz. La mañana es muy soleada aunque fresca, al menos en estas alturas. La travesía del borque de Vertiz ha sido fatigosa. Cuando he abandonado la senda, la proliferación de hojas caídas ha borrado prácticamente el camino y he tenido que improvisar el ascenso. Por esta razón, cuando alcanzo el collado busco el tronco soleado de una haya, desisto de seguir trepando y me acomodo de cara al sur para dar cuenta de mi almuerzo.

Un seto de lajas marca el límite del Señorío de Vértiz 

Aunque algo ventoso este es un lugar abierto y agradable. Aquí al lado hay unos restos megalíticos lo que ya le confiere al lugar un aura especial, al menos para mí. Hay dos grupos de hayas, formando sendos círculos, y en medio de ellos, aparecen unas ruinas, que supongo serán de recintos para el ganado, chabolas o algo parecido. Por el camino he encontrado varias, en su mayor parte con los tejados hundidos.

Un antiguo caserio en ruinas junto al camino

El panorama que tengo a la vista lo conforma una sucesión de cumbres que corresponden a la parte más occidental de los Pirineos. Esto me recuerda un libro maravilloso que acabo de leer, titulado Viaje a pie, del que es autor Julio Villar. Se trata de una retahíla de notas en las que Julio recoge sus impresiones sobre una travesía de varios meses por los Pirineos, desde Oyarzun hasta Tarragona.

No tengo la menor intención de ponerme a subir a estas dos cumbres. Me basta con saber que están ahí. Mis paseos por la naturaleza se están volviendo mucho más agradables desde que he abandonado cualquier voluntad de hacer más esfuerzos de los imprescindibles para sentirme a gusto en cualquiera de estos lugares aislados y solitarios.


Depósito de agua para ser utilizado en caso de incendios

En toda la mañana sólo me he cruzado con un hombre ya anciano que estaba parado en mitad del puente de Reparacea contemplando el cauce del río Bidasoa. El otro ser vivo con el que he tenido un leve contacto ha sido un petirrojo que ha descendido de las alturas para posarse en una piedra junto al camino y mirarme de hito en hito. Yo también le miro a él, le hablo un poco con voz queda, pero no tengo nada para ofrecerle. Más tarde se me ocurre que podía haber abierto mi manzana y ofrecerle un pedacito. Es probable que a los petirrojos les gusten las manzanas. Qué ser más bello y simpático es el petirrojo.

Una borda, construida con la típica piedra roja de la zona, rodeada de hayas 

Un poco antes de alcanzar el collado, a mano derecha, he visto una gran plantación de pinos insignis ocupando la ladera más soleada. Todos y cada uno de los pequeños ejemplares estaban atacados por uno o varios nidos de procesionarias. Ya es bastante criticable que se autoricen estas plantaciones de pinos que son extraños al medio natural del país, que machacan mucho el suelo y que sólo tienen un interés crematístico, pero lo que es el colmo es que, además, no los cuiden y que permitan la extensión de plagas como esta de la procesionaria.

 El perfil del  Oteitzoiana desde el collado

Recostado en el haya, recibiendo el sol en el rostro, dejo pasar el rato muy agradablemente hasta que me doy cuenta de que el tiempo pasa y que debo llegar aún hasta Hendaya. La bajada resulta peliaguda. La alfombra de hojas es muy resbaladiza. En dos ocasiones estoy a punto de caerme. Gracias a los bastones mantengo el equilibrio. Doy gracias también por haber evitado esta cuesta al venir.

Panorámica de Narvarte

Poco antes de alcanzar Narvarte escucho unos ladridos graves y roncos. Imagino un perro de gran tamaño, de esos que uno se encomienda porque estén atados, pero se trata de un mediano perro de caza encerrado en una gran jaula alambrada. Da saltos y mueve la cola para llamar mi atención, pero yo sigo mi camino, casi sin mirarle, porque me da mucha pena verlo tan encerrado y solitario. Un poco más adelante, junto a un pabellón de vacas, hay una perrilla apostada junto al camino. Al verme venir mueve las orejas y sale corriendo hacia la fachada del edificio, donde otros dos perros encadenados ladran con furia.


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