El robledal
Llevo tres días en Burgos y aún no me he animado a salir de excursión: hace demasiado frío, el termómetro apenas sobrepasa los cero grados y los caminos están cubiertos de nieve.
Cuando finalmente me animo me dirijo a la localidad de Carcedo, próxima a la capital, para dar una vuelta por el robledal que la circunda. Confío en que el bosque me protegerá de la inclemencia del tiempo.
La Sierra de la Demanda nevada
Dejo el coche en la plaza, frente al Ayuntamiento. Casi tengo que arrancarme del vehículo para empezar a caminar por la pereza que me da. La ruta empieza cuesta abajo, así que casi ando por inercia. Enseguida dejo atrás las últimas casas y, en unos metros, me encuentro en un paraje solitario y anegado por la nieve.
Hace años que no piso la nieve. Afortunadamente apenas tiene tres o cuatro centímetros. El camino aparece bien dibujado pero, en la primera bifurcación, tomo el ramal que termina en unos campos blancos de nieve virgen. La nieve virgen es hermosa pero agotadora. Rectifico campo a través y enseguida estoy de nuevo sobre la ruta. El trazado está bien señalizado con marcas blancas y amarillas. Se agradece. Enseguida diviso los primeros aerogeneradores.
Roble centenario
En un corto desvío, por el camino llamado de Fuente Bain, visito un roble centenario, de veinte metros de altura y cinco de perímetro. En el paraje han instalado un par de bancos, pero aunque de vez en cuando se abren algunos claros en el cielo, el día no está para sentarse a la intemperie. Al despedirme acaricio la gruesa corteza de un ser tan venerable y retorno a la ruta.
Ahora el camino asciende suavemente, el robledal queda a mi espalda y aparece otra tanda de aerogeneradores. El sonido de las aspas en movimiento recuerda al zumbido lejano de un avión. No hace falta decir que estos artilugios que han invadido sin consideración alguna el paisaje nacional, no me gustan. Ignoro si desde el punto de vista energético son interesantes pero, desde el punto de vista estético y ecológico, con esa proliferación descontrolada con que se han implantado, son desastrosos.
La iglesia de Carcedo
Me detengo un rato a comer algo junto al camino,
sentado en una piedra. Hoy sí, me he traído un poco de vino. Entra bien con
este frío. Al fondo, tras una bifurcación del camino, aparece lejana la sierra
de la Demanda cubierta de nieve. En cuanto termino me pongo en movimiento.
Lástima un poco de sol.
Sigo unas huellas que encuentro en la nieve. Seguir
las huellas, rastrear, es una actividad de película del oeste. Es divertido y
tranquilizador. La persona que me ha precedido, un hombre probablemente, iba
acompañada de un perro, un perro de buen tamaño. Las huellas, que desaparecen y
aparecen, me llevan de nuevo hasta Carcedo.