Cuando desde la cima
de mi larga y triste experiencia contemplo la actual desolación de la
ciudadanía española, me parece que el mayor mal de España es la incapacidad
congénita, incurable, de sus denominadas clases “directoras” y “conservadoras”,
de la burguesía en bloque, para regentar la res pública (…)
Un país no puede ser
dirigido políticamente sin una minoría que lo lidere (…)
Las clases españolas
que deberían ser directoras, pero que en realidad no dirigen nada, en el fondo
son de una pasividad y de un escepticismo increíbles. Todo lo que sobrepasa el
hogar o el negocio personal se convierte en algo sospechoso para ellas.
(…)
Sólo había dos
hombres nuevos que podrían haber sido los políticos encargados de consolidarla
[a la República]: uno de centro-izquierda, Azaña, y otro de centro-derecha,
Gil-Robles. Si la burguesía española, con todo lo que arrastra de menestralía y
pueblo acomodado, hubiera apoyado decididamente a estos dos líderes, a cuyo
alrededor se apiñaron espontáneamente la izquierda y la derecha, el régimen
habría podido consolidarse y distribuirse en dos grandes formaciones
gubernamentales, como en la también crítica época de Cánovas y Sagasta, y nos
habrían ahorrado así la espeluznante Guerra Civil y el callejón sin salida en
el que ahora estamos.
Gaziel, Meditaciones
en el desierto (1.946-1.953)