lunes, 18 de julio de 2016

La Senda Minera de San Adrián de Juarros



Comarca burgalesa de Juarros. Calor. Aparecen las primeras casas serranas de piedra rojiza. Estibaciones de la Sierra de la Demanda. Mil metros de altitud. La denominada Senda Minera (poco más de diez kilómetros) arranca en San Adrián de Juarros. Discurre por una serie de minas, pozos y bocaminas que hasta los años sesenta funcionaron en esta comarca burgalesa dedicadas a la extracción del carbón. Por estos altos sopla una brisa que, en la zonas de sombra, es una delicia.

La extracción del carbón se inició a mediados del XIX y, con muchos altibajos, se prolongó hasta los sesenta o setenta del siglo pasado. El mineral que producían estos montes apenas podía competir con el de León o Asturias, pero se colocaba en algunas empresas burgalesas. Cuando cesó la actividad mucha gente tuvo que emigrar.

Tenadas para el ganado al principio del camino 

El sendero está bien señalizado. Se ha cuidado mucho la información repartida en paneles. El paisaje es de monte abierto, con abundancia de caminos de tierra. Predomina el roble de escasa altura y ramificación, cubierto por líquenes. Abundan los cistus y los espinos, aunque amplios espacios han sido destinados a pastizales y a diferentes cultivos. Hay abundante pino de repoblación, lo que ofrece un conjunto de dehesa.

Se pasa junto a varias tenadas para el ganado. Un gran rebaño de vacas con sus terneros observan atentas al caminante. Desde el mirador del valle de Salechón se ven los pinares y el bosque autóctono

Arroyos amenos y umbríos, en las proximidades de Brieva, una pedanía de San Adrián. Restos del viejo molino y, un poco más adelante, la ermita de Nuestra Señora de las Nieves, un cubo de piedra, con una bella inscripción labrada sobre su puerta y la fecha de 1712.

 Restos del pozo de San Ignacio


 Florecillas veraniegas bajo los robles

Junto al camino aparece un horno de cal, como todos los elementos que vemos debidamente señalado y con un cartel explicativo.

Finalmente se llega al pozo de San Ignacio, donde en el año 1951 cayeron dos curas, uno viejo y otro joven, según me cuenta uno de los vecinos del pueblo. El joven estaba de paso y pidió al anciano que le acompañara. Pese a las advertencias del guarda no pudieron evitar el que cediera uno de los maderos que cerraba la boca de la mina. Uno arrastró al otro. La recuperación de los cuerpos resultó muy laboriosa. El hombre me cuenta también que, en otra de las minas, fallecieron once trabajadores a causa de una inundación.

 El viejo molino de Brieva de Juarros

Ermita de Nuestra Señora de las Bieves, en Brieva de Juarros


A primera hora de la tarde el calor aprieta. Cuando veo un roble de gran porte, como los que abundan en mi tierra, me cobijo a su sombra sensual y a la brisa que esparcen sus hojas. Le han puesto de nombre el Roble de la Paz y, a su alrededor, han levantado un murete, donde me siento para descansar y comer mi ensalada. Desde aquí veo la torre de la iglesia de San Adrián y parte del caserío, rodeado de campos y de manchas boscosas. Cuando concluyo me recuesto un rato en el gran tronco. Mariposas y moscas sobrevuelan, se escuchan piadas, zumbidos de insectos y, esporádicamente, el motor de un tractor o el de un avión. Antes de irme le doy un abrazo al roble. Es un sobreviviente. Como todos.

Brieva de Juarros a pleno sol

En San Adrián me acerco hasta la fuente del lavadero, que luce muy rehabilitado. El agua baja muy fresca. Dan ganas de bañarse. Paso a despedirme de la pareja con la que he charlado al llegar. Me invitan a una cerveza. Ambos, en su juventud, emigraron a Francia, a Biarritz, muy cerca de donde yo vivo ahora. Pero regresaron pronto con su hijo. El es oriundo de este pueblo y, aunque viven en Burgos, compraron una casa aquí y vienen con frecuencia.