domingo, 23 de octubre de 2016

Jaizkibel, más escopetas que pájaros



En cuanto pongo un pie en el monte Jaizkibel empieza el concierto de tiros que me acompañará allá donde vaya el resto de la mañana. Ando un tramo carretera arriba. Coches y más coches me adelantan. Todoterrenos en su mayor parte. Cazadores, escopetas, perros. Allá donde hay un hueco hay un coche aparcado. Más coches junto a las bocas de los caminos. Coches hasta los pies de los puestos de caza.

Me gustaría visitar la estela de Remigio Mendiburu, a la que se accede por un camino en dirección al mar. Pero desisto porque diviso a dos con sus escopetas detrás de un parapeto y se me quitan las ganas.

Llego hasta una de las torres pero, antes, en el bosque que atravieso, más tiros.



Como es sábado y hace buen tiempo, temperatura agradable y viento del sur, también hay paseantes, excursionistas y ciclistas. Hay que convivir, desde luego. Pero los paseantes y excursionistas no llevamos escopetas y este desequilibrio hace que nos sintamos ligeramente inquietos. Yo al menos.

Veo a dos que se han traído a los niños hasta el puesto. Han dejado a los perros atados a unas estacas.

Escucho tiros y más tiros, pero no veo un solo pájaro. Por descontado, tampoco los oigo cantar. Como para cantar está la cosa.


Lo que sí escucho es el sonido de un cuerno, como el cuerno de Roldán. Y, a continuación se produce una ensalada de tiros. Luego otra vez el cuerno.


Cuando doy la vuelta por la cumbre me detengo para contemplar las vistas sobre el valle y veo dos bandadas de palomas. Esto es lo que quieren matar. El objetivo de toda esta ansiedad cinegética. Las bandadas se ve que están desorientadas o desconcertadas y no terminan de encontrar su rumbo. No es para menos.