jueves, 17 de mayo de 2018

Un hayedo de película y el Salto del Nervión



 Panorámica desde el Monte de Santiago, con Orduña en primer término

Encuentro el lugar muy concurrido, pese a tratarse de un lunes y que queda un poco a desmano. Pronto descubro que la mayoría de los visitantes son franceses que aprovechan la semana vacacional y festiva en su país. El Monumento Natural Monte de Santiago está situado en el noroeste de Burgos, en el límite con Alava y con el enclave vizcaíno de Orduña. El interior de este muy cuidado y espectacular espacio alberga el nacedero o Salto del río Nervión que, como es sabido, desemboca en Bilbao.

 A la sombra de las hayas

Tenemos en este parque, situado a unos 900 metros de altura, dos ecosistema principales: un gran bosque de hayas y brezales con matorral bajo donde abunda el ganado. –Desde el parkin me introduzco directamente en el hayedo. No exagero si digo que es un hayedo “de película”. Lo recorre un sendero sinuoso y bien señalizado que sigue la denominada Ruta del Pastoreo. Hay ejemplares de gran porte con sus poderosas ramas cobijando un amplio perímetro a su alrededor. Las ramas y troncos caídos, el revestimiento vegetal y los pequeños roquedos aquí y allá le prestan al conjunto un delicioso encanto. Se escuchan cantos de pájaros y también, ay, algunas, demasiadas voces humanas.

 Formas caprichosas en el hayedo

El día ha salido muy despejado y con temperatura primaveral, ideal para deambular sin prisa por la naturaleza. Hay un parking a la entrada, un segundo a medio camino –el que yo utilizo- y un tercero en el centro de recepción, a un par de kilómetros del famoso Salto. –Para realizar un recorrido circular y panorámico por todo el espacio este segundo parkin es una buena opción.

 Poco puede verse del antiguo monasterio
Tras un par de kilómetros se alcanza el último parkin, la casa del guarda y los restos de un antiguo monasterio, denominado Santiago de Langrériz, del siglo XI-XII. En unos paneles nos podemos informar sobre cómo fue este cenobio, del que apenas quedan unos muros de escasa altura. Como el nombre indica, parece que tuvo relación con el Camino jacobeo. –Vemos también aquí la Fuente de Santiago, situada en una dolina y bien acondicionada. Se trata de la emergencia de un arroyo subterráneo. Estamos en un sistema kárstico en el que las aguas discurren por debajo de la tierra. Esta misma agua que tenemos ante los ojos, y que forma un estanque que se caracteriza por ser un hábitat de anfibios, vuelve enseguida a sumergirse para reaparecer dos kilómetros más tarde en el Salto del Nervión.


 La Fuente

La profunda hendidura provocada por la erosión 
El Salto se anuncia como una gran cascada con una caída de 200 metros. Hacia el lugar encamino mis pasos, por una pista hormigonada que discurre por el bosque. Pero antes veo unos carteles que se refieren a una lobera aquí existente. Las loberas, situadas en pleno monte, eran construcciones trampa a base de largos muros de piedra que forman un pasillo. El lobo era acosado y dirigido por la batida hacia los corredores que desembocaban en un profundo agujero en el que se precipitaban los animales para ser sacrificados. La lobera que podemos ver aquí –una de las más antiguas (podría remontarse al Neolítico)- es especial por el hecho de disponer de dos fosos, uno en cada extremo. Es la única de este género existente en la Península Ibérica, junto a otra similar en Portugal.


 Las cabras descansan
Me pongo a seguir el único muro que queda en pie, que debe tener unos 300 o 400 metros de longitud. Está compuesto por miles de lajas de piedra cuidadosamente colocadas unas sobre otras. No puedo menos que asombrarme por el trabajo que se tomaron estas gentes para acabar con los lobos cuya presencia y actividad, sin duda, les obsesionaba. –Los muros estaban flanqueados por pequeñas construcciones, muy semejantes a los dólmenes, denominadas cabañuelas, que se empleaban para cobijar y esconder a los cazadores durante los acechos. Podemos ver algunos de ellos tras su reconstrucción.


 Compitiendo con los buitres
Desde la lobera, en unos minutos, se alcanza el mirador del Salto del Nervión. Tengo enfrente un gran cortado que dibuja un anfiteatro rocoso con un precipicio a mis pies que rondará los 300 metros de altura. Han acondicionado una plataforma semicircular, dotada con una barandilla, desde la que se puede contemplar una panorámica espectacular. Pero soy incapaz de asomarme hasta el borde del mirador. El vértigo me lo impide, así que tomo distancia. Aún así me cuesta enfocar con mis prismáticos hacia las profundidades del barranco. Pero lo que no veo es el salto de agua. ¿Cómo es posible? Me siento un poco defraudado. Por más que miro no veo una gota de agua deslizarse por las paredes verticales. La explicación la encuentro en uno de los paneles informativos. La famosa cascada se produce por el desbordamiento de las aguas subterráneas. Si en los días precedentes no ha llovido, como es el caso, no se produce ese desbordamiento y las aguas discurren por el interior de la tierra y sólo afloran en puntos que permanecen ocultos al espectador. Es una buena excusa para volver.


 Camino por la dehesa, el otro ecosistema del parque
Para regresar al punto de partida elijo una senda que discurre en ligera pendiente y en paralelo a los cortados. Desde varios puntos de este camino se puede contemplar un paisaje de ensueño. A los pies tenemos el enclave vizcaino de Orduña, con un embalse a la izquierda. En el gran valle aparecen también Amurrio y, salpicadas, otras pequeñas localidades alavesas. Durante horas los buitres patrullan en círculos estas montañas. Sus vuelos parecen rozar el suelo y sus sombras sobresaltan al caminante. A la sombra de un haya situada junto al barranco un grupo de cabras oscuras descansan y contemplan indiferentes al que pasa a su lado. A mano izquierda del camino se extiende un bosque en pendiente y, a la derecha el valle hasta donde se pierde la vista.




 
Hacia las tres de la tarde diviso en el cielo unas alas coloreadas que no pertenecen a ningún buitre. Recurro a los prismáticos para observarlas. Son tres alas delta que evolucionan con las corrientes térmicas imitando y haciendo compañía a los buitres. Es todo un espectáculo el verlas. Veo perfectamente a los aguerridos que las pilotan ocupando una posición horizontal e introducidos en una suerte de sacos de dormir. Uno podría estar horas contemplando sus hazañas, pero preferiría suicidarme antes que subir en uno de esos artilugios. Tras un buen rato de recreo visual continúo mi camino. En tres o cuatro kilómetros se alcanza un segundo mirador, también acondicionado y al que tampoco me asomo por el motivo ya expuesto.








 El gran agujero de la lobera
En este punto cabe continuar por el bosque de hayas o seguir a campo abierto por la senda montañera. Me debato en estas dudas cuando advierto que por detrás viene un grupo de excursionista. Me apetece tan poco caminar con el ruido de sus conversaciones que me decido por la senda, con la esperanza de que ellos sigan por el bosque, como así ocurre. Con el aire que corre en estas alturas y el sol que campa a sus anchas nada mejor que caminar por espacios abiertos. El bosque me gusta pero sólo para un rato. Enseguida me siento encerrado. –Desde el fondo del valle me llega amortiguada por la distancia una bocina que me resulta familiar. Se trata de un largo tren de mercancías que se abre paso y luego se pierde en algún túnel.

La carretera que asciende al puerto de Orduña serpentea a mis pies. Camino ahora por una dehesa salpicada por jóvenes acebos. Junto a una charca aparecen vacas y terneros. Los terneros se asustan en cuanto me detectan y se aproximan a sus madres. Estas vigilan y yo las vigilo a ellas con el rabillo del ojo. Paso sin problemas. Luego encuentro más vacas en compañía de caballos. Las yeguas tienen crías a su lado, pero no me preocupan porque los caballos son de natural pacífico. –Regreso a Burgos por Puentelarrá. Son impresionantes las hechuras que adopta el Ebro en este lugar. Paso junto al monasterio de la Santa Espìna y luego dejo a un lado el camino que conduce a la Necrópolis de Tejeda. Otro día será.


Una ruta circular