lunes, 4 de junio de 2018

Andar solo



Ha lloviznado un poco a primera hora, pero se espera buen tiempo para el resto de la mañana. Me voy a dar un paseo por el embalse de Ibardin. –He llegado hasta la borda que tanto me gusta. Me siento en una piedra y como algo de fruta mientras escucho el bajo continuo de los batracios y los apuntes sonoros de los pájaros, en especial de los mirlos. Luego han llegado las voces de cuatro excursionistas que pasan por el camino, unos metros por debajo de mi posición. Cuando salgo a la naturaleza las voces no me gustan. Aunque a veces hecho de menos la compañía, me he acostumbrado a andar solo y a no tener que hablar ni que escuchar a nadie. Cuando salgo al campo, a la montaña, prefiero escuchar: el viento que pasa, el murmullo de los arroyos, los cantos de los pájaros, el zumbido de los insectos, la lluvia, la tronada, todo lo que sea natural, pero no humano. Es muy raro encontrar gente que camine y no parlotee infatigablemente. Esa necesidad humana de comunicar constantemente me aburre.



Más adelante, en un cruce, he encontrado a un joven mochilero, que almuerza sentado al borde del camino, en compañía de un bonito perro negro. Me ha preguntado por el camino a Ibardin y se lo he indicado. Me ha contado que estaba recorriendo la gran senda pirenaica por la vertiente francesa. La zona en la que nos encontramos es la primera etapa por el lado occidental. Esto me ha recordado el hermoso libro de Julio Villar, Viaje a pie, que trata sobre un viaje a pie por el Pirineo. Si yo fuera joven me gustaría hacer un viaje semejante, pero ya se me ha pasado la edad y me tengo que conformar con las escapadas de pocas horas. No sé la razón pero hoy he andado más rápido que otros días, quizá porque conozco bien el terreno. Hay unos viejos robles, aquí y allá, que son un prodigio de majestuosidad y exuberancia.