viernes, 26 de abril de 2019

Herrerillos, torrijas, la luz castellana


Me despierto a las 6. Hay algunas que parecen que andan por su casa con las herraduras puestas. Día del Libro y fiesta de Castilla y León.

Herrerillos. Empiezo a llevarles migas de pan a los pajarillos del parque. Me hago mayor. Todavía desconozco la técnica correcta para hacerlo sin que las agresivas palomas se las coman todas y no dejen nada para los herrerillos que abundan por aquí. Tengo que aprender a esquivarlas. Tres hombres merodean entre los árboles para recrearse con las ardillas. Una baja del árbol, recoge veloz el fruto que uno de ellos le tiende y trepa de nueva a gran velocidad.

Al pasar por el convento de carmelitas descalzas, una cigüeña crota en lo alto del tejado. Como hay poco tráfico se le escucha perfectamente. La deliciosa tranquilidad de las ciudades durante las mañanas de puentes y festivos. Si llueve un poco, como hoy, aún es mejor.


Torrija. Me como una deliciosa torrija, servida en una bandejita plateada, mientras observo cómo montan los puestos de la Feria del Libro en la plaza Mayor. Para hacer tiempo mientras terminan me acerco hasta el café Ibañez. Leo la prensa, monopolizada por el debate electoral de ayer. Tengo cerca una tertulia de cuatro mujeres. Una de ellas cuenta anécdotas sobre lo cascarrabias que se ha vuelto su progenitor. Cómo se ríen. Me alegra escuchar sus risas.

Sobre libros la cita de Nicolás Gómez Davila es definitiva: “Los libros no son herramientas de perfección sino barricadas contra el tedio.” Barricadas contra el tedio por la vía del conocimiento, que es una de las cosas más amenas de la existencia.

Pintura al fin. A la salida paso por la sala Consulado del Mar y entro para ver una exposición colectiva titulada Mujeres. No está nada mal y, sobre todo, es una oportunidad de ver pintura. Echo mucho de menos la pintura: el óleo, la acuarela, el acrílico. Me emociona esa materialidad. Pero ver pintura (y no instalaciones, vídeos y derivados) se ha vuelto un asunto complicado, sobre todo en provincias, que es donde discurre la vida de uno.

Al pasar por la catedral veo que la tienda está cerrada y a mucha gente entrando y saliendo. Por un momento se me pasa por la cabeza que tal vez la entrada sea gratuita y, aunque ya es algo tarde, entro. Soy un ingenuo. La taquilla (7 euros) está dentro, y bien abierta. Me conformo con ver la capilla de la Visitación, erigida para su enterramiento por Alonso de Cartagena, obispo de Burgos, de origen judío, en 1440. Reúne lo más selecto del arte burgalés, con permiso de la capilla del Condestable. Dirigió las obras Juan de Colonia, autor también de las agujas de las torres y del crucero. El sepulcro, exento en mitad de la capilla, es obra de dos manos: la cama es del mismo Juan de Colonia y el bulto yacente de Gil de Siloé. Frente a la entrada hay un gran lienzo, de 1890, que representa a los Reyes Católicos y su corte frente a Granada. Carlos Luis Rivera es el autor.

Por fin llego a la Feria del Libro, que aún está a medio instalar. Confirmo lo que ya sabía: no hay nada interesante. En todos los puestos se exhiben libros parecidos, los que integran la oferta comercial de la temporada. Veo que abundan los libros infantiles y juveniles. Deben venderse bien. Todo un síntoma. Al menos descubro a un librero de viejo, que se ha colado en la Feria. Le pregunto donde tiene la tienda para visitarla antes de irme: en la calle Valladolid.

En la actualidad con las librerías hay dos opciones: o te decantas por la cantidad (grandes empresas) o lo haces por la selección (lo que tampoco te garantiza nada, pero al menos uno no siente que está perdiendo el tiempo cuando las visita).

La luz castellana. Soy un gran admirador de la luz castellana, tan luminosa. Hace que me sienta protegido envuelto por ella y que en ocasiones, cuando es muy fuerte, tenga necesidad de cobijarme. Hoy, sin embargo, de buena mañana, lloviznaba y el cielo estaba raramente oscuro. Más tarde la luminosidad se ha ido incrementando, a medida que el cielo ascendía, hasta volver a su ser habitual. Por la tarde, ratos de sol, un sol que entra a chorro por las ventanas y que salpica deliciosamente todas las superficies.

De aforismos. Leo algunos aforismos. Más me parecen greguerías que aforismos. La greguería tiene mucho de ocurrencia, de ejercicio de estilo. El aforismo contiene más idea, pensamiento.

Este poema de Juan Ramón Jiménez también podría ser un aforismo: “Libro:/ afán/ de estar en todas partes/ en soledad.

Antes de dormir, lectura de media docena de los últimos poemas de Borges. El arte sublime de la cadencia y de la repetición; una de las palabras más evocativas que he leido nunca. Cada palabra que utiliza me trae un mundo, propio y ajeno. Me deja pasmado de admiración.

Ida. Me he asomado (como me asomo a otros muchos poetas en los últimos tiempos) a la poesía de Ida Vitale, simpática y animosa premio Cervantes: ¡Ufff! No sé. Intentaré volver a ella en otro momento.

Día laborable. Se acabó la tregua del tráfico. Y eso que aún no han empezado hay colegios.

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