lunes, 15 de julio de 2019

En Hasparren, con Francis Jammes


      Tras la fiesta de ayer en Irún, me he levantado temprano y con el cuerpo regular tirando a mal. Apenas he desayunado antes de coger el coche e ir hasta Hasparren, donde M. tiene las últimas horas de clase del curso.
      El primer día de julio ha salido muy cubierto, gris y húmedo. Cuando me he quedado solo, he entrado en una cafetería para tomar un café y un curasán, pero sólo tenían café. Apenas he leído un par de páginas mientras lo tomaba.
      Luego he buscado una panadería y allí, por un euro, he adquirido un pain de raissins delicioso que me ha devuelto, provisionalmente, a la existencia. Al levantar la vista he descubierto una placa con el nombre de la calle: Francis Jammes. Por un momento he pensado que tal vez haya algún museo sobre la figura de este escritor y poeta y que podría dedicarle una horita de las tres o cuatro que tengo por delante hasta que M termine su última clase.


      La encargada de la oficina de información acaba de abrir y procede a cambiarle el agua a unas flores. Mientras termina, recojo algunos folletos. La encargada me informa que no hay tal museo y me explica la ubicación de la casa, al final de la misma calle en que nos encontramos. Es la casa en la que Jammes vivió los últimos 17 años de su vida.




      
      Enseguida la he localizado. Está al fondo de un jardín público y frondoso. En el jardín viven varios altos fresnos, junto a otras especies. Está cercado por una verja metálica. Junto a la casa hay un busto en bronce del poeta, con su boina, sus barbas y sus quevedos. En la casa se anuncia una sala de exposiciones de una entidad cultural, pero no hay indicio alguno de la presencia aquí de uno de los grandes poetas franceses de todos los tiempos. En el jardín hay varios juegos infantiles. La hierba está mojada por la intensa humedad.
      No hay mucho que ver. De vuelta al centro del pueblo deambulo a la búsqueda de la mediateca, donde había pensado entretenerme un par de horas, pero como es lunes está cerrada. En una fuente próxima me aprovisiono de agua y, a continuación, entro en la Maison de la Press por si encuentro algún libro interesante, pero hay pocos libros y ninguno tan interesante como para comprarlo.

 


     Como ya he pasado un par de veces por la plaza y, en consecuencia, ya me han visto bastante, decido alejarme un poco. Desciendo hasta un frontón, que en realidad son dos, junto a un gran parking, en busca de un lugar tranquilo. Lo encuentro en la parada de los autobuses, que tiene una gran cubierta de madera y dos largos bancos corridos. Estoy solo y tranquilo durante una hora. No pasa autobús alguno. Leo un rato, sin mucha convicción, porque lo que en realidad me apetece es echar una siesta. Pero, claro, no me veo a plena luz tumbado en la parada del autobús.
      Aprovecho para informarme en Wikipedia sobre Francis Jammes, del que prácticamente lo ignoro todo, salvo que en su momento alcanzó alguna popularidad en los medios literarios franceses.
      Vivió 70 años, entre 1868 y 1938. Poeta, novelista, dramaturgo y crítico. Pasó la mayor parte de su vida entre su Béarn natal y el País Vasco francés, lugares que le sirvieron de inspiración. Su obra poética se caracteriza por el lirismo y la exaltación de la vida rural. Sería lo que en París llaman un provinciano. Algunos de sus poemas presentan un fuerte componente religioso, debido a su conversión al catolicismo.
      Sus biógrafos coinciden en que fue un mal estudiante. Empezó a trabajar como meritorio en una notaría, hasta que tropezó con la obra del poeta Baudelaire y empieza a escribir poemas. Sus primeros pasos fueron tutelados por Mallarmé y por Gide.
      A diez kilómetros de aquí, en Cambó, podría acercarme hasta la villa Arnaga, la casa del escritor Edmond Rostand. Debía de ser este un hombre acaudalado, a juzgar por la magnificencia de su casa y de los jardines de esta, “un pequeño Versalles”, según la publicidad.
      Por 8,30 euros podría haber visitado sus 19 habitaciones, suntuosamente adornadas, además de las cuatro hectáreas del jardín, que cuenta con parterres floridos, pérgolas y estanques e, incluso, un pequeño parque inglés. Por si esto fuera poco podría haber visitado también, en su interior, una exposición del pintor Jean Veber, compuesta de 130 piezas. A Jean Veber le denominan “el pintor de las hadas”. Pero hoy no tengo el cuerpo para nada, y menos aún para hadas, así que me quedo amarrado al duro banco de la parada del autobús.
      Calculo que para después del mediodía (aquí se come a las 12.30 y eso es sagrado) mi hijo será liberado y nos podremos ir. Antes, mientras paseo a lo largo de las dos frontones, que están uno enfrente del otro, me como una manzana pink lady que llevaba en la mochila. El espacio abierto del frontón, delimitado por hileras de plátanos, es de gran tamaño y está exclusivamente reservado a la pelota vasca, según recuerda un cartel.


      Se aproxima el mediodía y me acerco hasta el vehículo. A mi alrededor otros padres esperan también. Desde mi ubicación diviso la torre puntiaguda de la iglesia de Hasparren. Diez minutos más tarde estamos camino de Hendaya.

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Seis deliciosos poemas, en francés y castellano, de Francis Jammes

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Para los interesados, ésta muy cuidada página en francés, a cargo de Jacques Le Gall, dedicada a Jammes, con abundantes imágenes, textos, canciones, lecturas. Es admirable el trabajo de algunos eruditos.

(1.7.2019)

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