viernes, 9 de agosto de 2019

Burocracias, antigüedades, filosofías y otras melancolías

3.7.19

AYER me pasé un buen rato preparando los papeles para renovar la tarjeta del transporte escolar de mi hijo. Hoy, a primera hora de la mañana, me dispongo a entregarlos y pagar. Primero voy hasta Socoa; problemas para aparcar. Pero no es aquí. Debo ir a Biriatou. Voy a Biriatou; más problemas para aparcar. Tampoco es aquí. Es en Bayona. Vale. Lo dejo para otro día. Decido volver a intentarlo por internet. Hoy ya he sobrepasado ampliamente mi nivel saludable de estrés.
Cada día me sorprende más que este país francés no haya estallado aún contra la burocracia, la prepotencia y la codicia de su Estado. Se conoce que están bien adiestrados. Me pregunto cuánto tiempo más aguantarán.


El gótico burgalés, a contraluz



VISITO en Burgos una feria de antigüedades, previo pago de 3 euros. Asisto a la siguiente escena, un punto patética. Una mujer de mediana edad, rubia, con gafas oscuras, vestida correctamente, ha sido sorprendida, por el feriante que atiende el puesto que visito, echándose algún objeto en su bolso. “Llama a seguridad”, le dice el feriante a la que parece su mujer. La mangante se pone a suplicar lloriqueando. “No, por favor, le pagaré. Dígame cuánto cuesta.” “Llama a los de seguridad”, insiste el hombre. La señora también insiste: “No lo haga, por favor. Le pagaré. Dígame cuánto es. Tengo depresiones y me da por hacer estas cosas. No sé por qué las hago…” Interviene la mujer del feriante, que permite a la ladrona irse y sin pagar nada. Pero le advierte varias veces: “No lo vuelva a hacer”. El feriante le da el mismo consejo: “Pero no lo vuelva a hacer, eh”.
El asunto, como es natural, ha generado bastante expectación entre la clientela. Un par de minutos más tarde, vuelvo a ver a la protagonista que merodea entre los puestos, con varias bolsas de compras entre las manos, como si nada hubiera pasado.

Tengo la sensación de haber asistido a una escena irreal, a una representación teatral. Y, sin embargo, la escena consigue deprimirme..


PASAR la ITV del coche ya es un clásico del desasosiego contemporáneo. Si la operación hay que realizarla en Guipúzcoa la cosa es aún más dramática. No puedo llevarlo a la estación de Irún porque me resulta imposible conseguir una cita por internet. Tampoco puedo permitirme esperar indefinidamente porque nuestra querida Ertzaintza se dedica a multar a los coches que no han pasado la revisión en su fecha pese a que es voxpopuli que hay muchos problemas para conseguir las citas y que las estaciones guipuzcoanas no dan abasto para cubrir toda la demanda. Este, a juzgar por el tiempo que lleva arrastrándose, es un problema que al Gobierno vasco no le incumbe. Al Gobierno vasco, según parece, lo único que le incumbe es cobrar las multas.
Así que me tengo que ir hasta Sumbilla, provincia de Navarra, a una hora de viaje. He conseguido la cita sin problemas y dentro del plazo. Me presento a la hora convenida y empieza la revisión. Todo discurre bien, sin problemas, hasta el ultimo minuto. La joven inspectora se mete en el vehículo con un pequeño ordenador portátil, lo enchufa a mi vehículo y, al cabo de unos minutos, lo desconecta. Se va y, a la vuelta, me dice que el ordenador ha detectado no sé qué problema y que, en consecuencia, no sólo debo arreglarlo y volver a pasar la revisión, sino que, de regalo, el coche queda inmovilizado y no puedo usarlo.
Como al día siguiente vamos a pasar unos días en Burgos decidimos no amargarnos y dejar el problema para la vuelta. En efecto, al lunes siguiente lo llevamos al taller. El del taller nos dice que “ahora están muy quisquillosos con los vehículos diesel”. Nos dice también que el coche no tiene ningún problema, que puede funcionar a la perfección, pero que como están quisquillosos… nos inmovilizan. Resulta que un aparato relacionado con la combustión se ha estropeado. Es necesario pedir la pieza y cambiarla. La pieza tarda cuatro días. Finalmente, el viernes, la cambian. La bromita son 500 euros.
Al día siguiente, sábado, vuelvo a conducir hasta Sumbilla, espero un rato y, finalmente, uno de los inspectores vuelve a conectar el ordenador y me da el visto bueno.
Cuando ocurren estas cosas uno no puede menos que recordar que hace meses la firma Wolskwagen se vio obligada a pagar multas millonarias en Alemania y otros países europeos, por un fraude en las emisiones contaminantes de sus vehículos. El bueno de Mariano Rajoy consideró que no era diplomático el hacerlo y les perdonó la multa. Pelillos a la mar.

6.7.19

ES conmovedor pensar que, en el mejor de los casos, la gente culta de mañana, leerá a los grandes autores, no es sus libros, sino en comprimidos facilitados por internet. Comprimidos del tipo; “Las veinte mejores frases de…” ¿Qué digo el futuro? ¡Ahora mismo!


NO te dejes llevar por el sarcasmo, me repito con frecuencia. Limítate a la ironía y procura suavizarla lo más posible. Ya quedan pocos lectores que puedan asimilar la segunda y están en fase de extinción los que aceptan la primera.


EN mi caso el cansancio siempre viene acompañado de una gota, más o menos grande, de melancolía. Ahora que ya he aprendido la lección puedo permitirme el ignorarla o no darle demasiada importancia. Pero durante mucho tiempo siempre me desconcertaban estos achaques de melancolía que ahora puedo atribuir, con bastante certidumbre, a la fatiga.


NO consigo encontrar libros en préstamo del viajero y escritor francés Sylvain Tesson. Voy a tener que solicitarlos a ver si hay suerte. Normalmente, salvo que el libro esté agotado, en el Koldo Mitxelena siempre han atendido mis solicitudes. Seguro que merece la pena alguien que suelta esto: “Quince clases de ketchup. Es por cosas así que tengo ganas de apartarme de este mundo.” Y el hombre se fue un año a vivir a una cabaña solitaria a orillas del lago Baikal. Lo recoge en La vida simple. Dice también Tesson: “Llevar un diario es una cortesía hacia la vida que pasa.” Casi puede decirse que es revivir, vivir por segunda vez. Pero no hay duda de que hay muchas clases de diarios. Casi tantos como diaristas.


LEYENDO el Spinoza de Gilles Deleuze, que es un libro bastante accesible para tratarse de filosofía, pero que no he conseguido terminar, recuerdo la historia de la filosofía que estudié en el bachillerato y en los primeros cursos de la Universidad. Había en esta asignatura algo que me desesperaba. ¿Para qué sirve la filosofía, me preguntaba, que sólo es comprensible para un pequeño grupo de especialistas? La respuesta es sencilla: para perder el tiempo leyéndolos e intentando descifrarlos. Confirmo ahora, a mis 63 años, lo que, en efecto, ya sabía a los 18.



Mañana veraniega nublada

TODO termina por desilusionarte. Los libros también. Sobre todo los libros. Empiezas uno de un autor nuevo para ti y, con un poco de suerte, te gusta; su estilo, por ejemplo. Lees diez o quince páginas. Te gusta, sí. Te haces ilusiones, piensas que vas a disfrutarlo. Incluso llegas a pensar que, tal vez, no sólo te va a gustar el libro que tienes en las manos, sino también el resto de la obra de este autor desconocido para tí.
Pero hete aquí que en la página 20, o en la 30, empiezas a detectar que no es tan bueno como te lo habías imaginado. Y en la página 40 ya casi no puedes seguir la lectura. Finalmente lo abandonas. Y así hasta la próxima ilusión.


---