domingo, 10 de noviembre de 2019

El císter de la Santa Espina y el mozárabe de San Cebrián de Mazote


 El monasterio desde el exterior del recinto amurallado

Desde Wamba, por una estrecha y solitaria carretera, pasando por Peñaflor de Hornija, se llega al Monasterio de la Santa Espina. Antes se deja atrás un claustrofóbico polígono de aerogeneradores, situado en mitad del campo, y con un vallado carcelario que a buen seguro no facilita la vida de la fauna local.

El monasterio data de finales del siglo XII, cuando empezaron a levantarlo unos monjes cistercienses procedentes de Francia. La iniciativa fue de doña Sancha Raimúndez, hermana de Alfonso VII el Emperador. En la actualidad, alberga una escuela profesional de agricultura, gestionada por los Hermanos de La Salle. Uno de ellos, el veterano hermano José Mari, se encarga de guiar a los visitantes.



La sala capitular


El claustro


El gran conjunto monástico está rodeado de una muralla y se adorna con unas zonas ajardinadas muy agradables y cuidadas. El río que abastece al monasterio es el Bajoz, pero no se ve, porque pasa por debajo de las edificaciones.


He venido aquí, principalmente, a ver císter, que es mi pasión, pero del primitivo Císter queda ya poca cosa, lo que no quita para que este poco sea lo mejor del lugar. Se trata de una sala capitular, la sacristía y una de las capillas. La sala capitular es una de las más bellas que he conocido, pura armonía y equilibrio. Me quedaría un buen rato aquí metido, contemplando el claustro a través de las ventanas, de no ser porque no quiero hacer esperar al hermano José Mari.


Capilla románica
La iglesia es de grandes domensiones, en planta de cruz latina y con las tres naves habituales en el Císter. Las capillas han ido evolucionando a lo largo de los siglos, destacando la denominada de los Vega, de principio del siglo 15 en estilo gótico florido. Tiene esa luz especial, muy tamizada y misteriosa, propia de este estilo.



Capilla gótica de los Vega
Puede verse también la capilla que alberga la reliquia de la Santa Espina que se custodia aquí desde la fundación del monasterio. Dicen que perteneció a la corona que pusieron a Cristo en la cruz.

La fachada principal y las dos torres son clasicistas. El conjunto resulta sin duda muy ecléctico, demasiado para mi gusto. No soy demasiado aficionado a semejante sobreposición de estilos. Albergo la vieja creencia de que algunos estilos no son compatibles entre sí, y menos en un monasterio cisterciense. Pero los siglos pasan y hasta los monjes de clausura se adaptan a los tiempos que les tocan en suerte.


El lugar está bastante animado por el ir y venir de los jóvenes estudiantes. El rato que paso en los jardines, a la sombra, dando cuenta de mis provisiones, resulta muy agradable. Cuando termino descanso un rato y luego me doy un paseo a lo largo de la arboleda situada extramuros. Desde ella se divisa el pueblo de la Santa Espina, que es un pueblo de nueva creación, levantado en los años 50 del siglo pasado y habitado por colonos de los pueblos próximos.


Ahora me dirijo hacia el sur para visitar la iglesia mozárabe de San Cebrián de Mazote, de cuyo interior he visto algunas imágenes espectaculares. Se trata de una de las iglesias más interesantes de Valladolid. Fue fundada a principios del siglo X por el abad cordobés Martín. Es una iglesia de repoblación levantada por cristianos huidos del poder musulmán. Tiene planta basilical de tres naves separadas por magníficos arcos de herradura.


Iglasia de San Cebrián de Mazote
Pero mi suerte se ha acabado por hoy y encuentro la iglesia cerrada. Parece ser que sólo puede visitarse, al menos fuera de la temporada estival, los domingos tras la misa. Le doy una vuelta al edificio y otra al pueblo que lo alberga. Luego me dirijo hacia la autovía para regresar a Burgos.

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