sábado, 4 de enero de 2020

Ampudia bajo la niebla


 La niebla nos acompaña desde que salimos de Burgos. Ha sido un viaje fantasmagórico. Cuando llegamos a Ampudia, la niebla continúa, hace mucho frío y apenas circula nadie por las calles. Las largas calles soportaladas, tan características, parecen el decorado abandonado de una película.



Es un martes y el día anterior se ha celebrado la festividad de Castilla y León, así que, en realidad, se trata de un segundo lunes y, lamentablemente, está todo cerrado.



Vamos de puerta en puerta, callejeando de un lado a otro y verificando que hemos llegado de visita en el momento más inoportuno. Ni siquiera hemos podido ver nada del paisaje por el que hemos circulado durante una hora y media.

En un estanco-bazar nos informan que tan sólo hay un bar abierto en el pueblo, El Olivo. Medio perdidos entre calles nos cuesta dar con él. Resulta un lugar agradable y con buena temperatura. Nos entonamos a base de cafés bien calientes y seguimos nuestra ronda de verificaciones.



Esta localidad de unos 600 habitantes es una villa muy antigua. Fue sede episcopal. Felipe III, en 1602, la convirtió en condado, para entregárselo a su valido el Duque de Lerma.

El castillo, sobre un pequeño cerro, data del siglo XV y es uno de los mejor conservados de la provincia palentina. Se vió involucrado en la Guerra de los Comuneros. Tras ser derrotado por Carlos I fue confiscado y posteriormente devuelto a sus propietarios por 20.000 ducados. En 1528, tras la batalla de Pavía, alojó como rehenes a los hijos del rey francés Francisco I. La Corte española, por cortesía del Duque de Lerma, llegó a pasar temporadas en él y, posteriormente, cayó en el abandono. A mediados del siglo XX, el empresario galletero Eugenio Fontaneda lo adquirió, lo restauró y lo transformó en un museo de arte y antigüedades, función que continúa en nuestros días. A su lado se levanta una ermita que era utilizada sobre todo para las liturgias durante las épocas de asedio.



La colegiata de San Miguel, de estilo gótico-renacentista, está igualmente cerrada. Se levanta a finales del XV. Sufrió un derrumbe en 1954, que obligó a su reconstrucción. Es un edificio poderoso, de tres amplias naves, y que estos días está siendo reparado. Uno de los elementos más destacados de la colegiata es su gran torre, de siete cuerpos y 62 metros de altura. Se le conoce popularmente como la “Giralda de Campos” y se divisa desde kilómetros de distancia, aunque no en el día de hoy, que apenas se la ve a un palmo.

Muy próximo está el Museo de Arte Sacro, que ocupa la iglesia de un antiguo monasterio franciscano. Ni siquiera éste, que dispone de un horario de visita muy amplio para lo que es habitual en esta época invernal, está abierto.

No llegamos a entrar en el edificio del Ayuntamiento, que sí estaba abierto. Curiosamente el actual consistorio está montado sobre una antigua capilla, de la que permanece la fachada y una inscripción que le recuerda.


Muy lentamente la niebla empieza a retirarse. Cuando retrocedemos hacia Dueñas, situada a 22 kilómetros, aún podemos disfrutar de algunos fragmentos de paisaje. Pasamos junto a un lugar emblemático de la comarca, el monasterio de Nuestra Señora de Alconada, que goza de gran popularidad y que está regentado por una comunidad de monjas cistercienses.

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