El día amanece con niebla, señal de que va a salir el sol. Cuando salgo en mi hora de paseo, la tarde es un delicioso remanso de luz y tibieza primaveral. Bajo hasta la playa, por primera vez en semanas. La mar, azul y desnuda; ni una vela, ni un surfero, ni un paseante en la arena. Es muy extraño. La mar parece más grande, más ajena, más suya, más mar. Las olas baten la orilla con una cadencia de campana fúnebre.
Sigo caminando por el lado de la playa. Me detengo a leer uno de esos bandos de tres folios y con letra apretada que se estilan por aquí. Está prohibido bajar a la playa, circular por los caminos de la costa, por la montaña y un largo etcétera. Todo muy exhaustivo y detallado, aunque haría falta un cuarto de hora para terminarlo. Por si tengo dudas, una mujer que viene con un coche, se quita la mascarilla y me dice que debo cruzar a la otra acera, la que está más alejada de la mar. Muchas gracias, señora. Claro, por supuesto, me voy al otro lado y aprovecho para girar y regresar a mi casa. Es como si la mar también contagiara el virus.
MENTIRAS. Las estadísticas hay que creérselas. Yo, por lo general, no me las creo. Ni aquí ni en España. Lo que sí creo es que los gobiernos están mintiendo como bellacos. En cualquier caso, dicen que ayer hubo en Francia 1400 fallecidos por coronavirus. De ellos, 820 se produjeron en residencias de ancianos. Y dicen también que todavía no se ha llegado al ”pico crítico”. En consecuencia, el primer ministro Edouard Philippe ha declarado que “estamos lejos de poder levantar el confinamiento.” En cualquier caso, aquí las mascarillas también brillan por su ausencia, al menos en las farmacias. Lo que no quita para que se vean bastantes en algunos lugares y vehículos. Quiero creer que se trata de gente previsora.
CUENTITOS. A todos esos que andan repitiendo una y otra vez en las redes sociales la consigna gubernamental de “quédate en casa” les digo, como he señalado en mi Facebook, que no se engañen. Ellos, como todos, no se quedan en casa por razones altruistas, sino que se quedan en casa porque el Gobierno les obliga. Y si el Gobierno permitiera o pidiera que fueran a trabajar irían a trabajar. Como está mandado. Y el cuentito de "ya pediré responsabilidades" en el futuro es poco creíble. Si salimos de ésta el Gobierno se pondrá una medalla tras otra y muchos aplaudirán.

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