sábado, 23 de mayo de 2020

Un amor de Cioran



Resulta extraño ver a Cioran, con setenta años, enamorado de una mujer de 35, ambos emparejados y ella con una hija. La autora es la alemana Friedgar Thoma, profesora de literatura, que le escribe tras la lectura de uno de sus libros. Cioran le contesta y ahí empieza todo.

A las pocas semanas ella se desplaza a París y Cioran queda prendado. No tarda en mostrarle su apasionamiento, pero ella no lo ve claro, en lo que a la relación física se refiere, aunque sí en la, digamos, intelectual o platónica. Cuando ella vuelve a Colonia empiezan a escribirse y a llamarse por teléfono. El le escribe cartas apasionadas y ella le sigue el juego, aunque intentando, con éxito, echar el freno a la pasión del anciano. Hay una segunda visita a París, y una tercera. Pasean juntos cogidos de la mano. Ella le escribe cartas “poéticas”, más bien confusas diría yo. El hace lo que puede.

     Ella, además de atractiva, parece una mujer alegre y vitalista. Tiene un curriculum sentimental bastante abultado. Acuerdan pasar unas vacaciones juntos en un pueblecito de los Alpes, junto a Sils María --donde vivió Nietzsche (y Herman Hesse). Cioran va con su compañera Simone Boué y Friedgard va con su novio, su exmarido, la hija y otro niño que, si no recuerdo mal, es hijo del novio. Allí se encuentran con otro que se incorpora al grupo. Demasiada gente, bastante al estilo de ella. La cosa no parece que fuera bien para los amantes platónicos pero, al menos, según parece, la mujer de Cioran y Friedgar se hacen amigas.

     Luego cada uno vuelve a su casa y Cioran entierra sus esperanzas de que con Friedgard vaya a haber algo más que palabras y paseos cogidos de la mano. Las cartas y las llamadas telefónicas se van espaciando. De vez en cuando ella visita París y él, Colonia. La relación se estabiliza en el plano de la amistad.

     La traducción de la obra deja mucho que desear, aunque yo tampoco descarto que el original no sea un modelo de calidad literaria o quiza, lo más probable, ambas cosas a la vez. Podemos leer algunas cartas de ambos pero, en general, debemos fiarnos de la autora en cuanto a la selección, pues todas ellas proceden de su colección particular.

     No tenemos otras fuentes para equilibrar el relato, porque Cioran evitaba dejar huellas por escrito de esta historia. En varias ocasiones le pide a ella que elimine sus cartas, pero ella, obviamente, no lo hace, pese a que le asegure lo contrario. Por otra parte, los espléndidos Cuadernos de Cioran, que se encargó de editar Simone tras la muerte del rumano, finalizan en 1975, en tanto la historia que nos ocupa comienza cinco años más tarde, en 1980.

     Cioran murió en 1995 y parece que durante la última década de su vida apenas escribió. Cabría deducir que el contenido de los cuadernos que va de 1980 a 1985 no ha sido publicado. Una lástima.


Friedgar Thoma, Por nada del mundo. Un amor de Cioran. Hermida Editores.