sábado, 31 de octubre de 2020

Escucho mis pasos


Día 1. En mi ingenuidad irredenta, no pensaba que volvería a vivir otro confinamiento. Hoy ha sido el primer día de la segunda edición, así que, para dar mi paseo cotidiano --limitado a una hora-- he tenido que rellenar un formulario (en PDF en esta ocasión, progresamos).

   A las 5.30 de la tarde, he salido de casa y he repetido uno de mis paseos habituales: bajar hasta la playa y regresar, casi por el mismo camino.

   Aunque hay más tráfico que la vez anterior --porque hay menos restricciones-- he vuelto a escuchar mis propios pasos, y también el canto de los pajarillos, que lo tenía casi olvidado. Es una sensación de tranquilidad y soledad muy agradable.

   El camping por el que paso, que en realidad es una arboleda atravesada por una carretera poco frecuentada, está cerrado y, en consecuencia, vacío.

   Metros antes de llegar a la arboleda, ya se escucha la turbina infatigable del mar. Desde la altura diviso el cabo de Higuer, envuelto en una tenue neblina que le da un aire muy lírico.

   ¿Qué habrá pasado con la playa? ¿Estará cerrada a cal y canto como la otra vez? La sola idea de que esté cerrada me produce una mezcla de tristeza y enfado. Si hay un lugar seguro y ventilado es la playa, pero uno, a estas alturas, ignora los criterios que siguen los gobernantes para adoptar sus extraña decisiones.

   Cuando llego al bulevar veo mucha gente y bastantes surferos. Buena señal. La playa, al menos de momento, está abierta. Luego me dicen que también los parques. Bueno, me digo, a ver si dura, porque la playa y los parques son lo mejor que tenemos en Hendaya.

   La marea está muy alta, quizá es la hora de la pleamar y, además, hay luna llena. Las olas llegan hasta el muro de contención del paseo. Algunas rebotan y se confunden las que vuelven con las que vienen, formándose grandes cantidades de espuma blanca.

   Me quedo un rato contemplando el mar y los surferos. Confieso que me dan envidia. Hace más de un mes que no me doy un baño. El otoño está siendo poco propicio, cosa rara en estas latitudes, donde los meses de septiembre y octubre son idóneos para los baños de mar. Pero este año todo se ha alterado.

   Para cuando quiero darme cuenta la hora de asueto ya se ha esfumado y debo regresar. Además, la batería del teléfono se ha agotado. Espero no cruzarme con algún gendarme. Pues sí que empezamos bien.

   La vuelta --en ascenso-- es muy tranquila. La luz merma por momentos y la neblina parece incrementarse. Ha sido una excelente y soleada jornada.

   Desde el puente del ferrocarril hay una bella vista de las Peñas de Aya. Apenas se divisan las crestas; el resto permanece oculto. Las Peñas de Aya son nuestro monte Fuji. En la desembocadura del Bidasoa se las divisa desde cualquier punto. Cada día, cada hora, cada momento, ofrecen un aspecto diferente.

   Al bajar la cuesta me alcanza un delicioso olor a madera quemada.