Concluyo la película noruega “22 de julio”, sobre los atentados terroristas perpetrados por el extremista Anders Behring Breivik, en el año 2011, que originaron un total de 77 muertos --la mayoría adolescentes-- y más de cien heridos. La cinta es decepcionante, aunque, al menos, refleja las dudas y debilidades de Noruega ante una situación como la que se describe.
Tras dos informes psiquiátricos contradictorios, finalmente se determinó que Breivik no estaba loco cuando puso una potente bomba en el distrito gubernamental de Oslo, ni cuando, dos horas más tarde, se presentó en la isla de Utoya. disfrazado de policía, y reunió a los adolescentes --que participaban en un campamento organizado por las juventudes del Partido Laborista--, antes de abrir fuego contra ellos durante 70 minutos, para terminar entregándose a la policía.
Fue sentenciado a 21 años de cárcel, la pena máxima en Noruega. Ello implica que, previsiblemente, quedará en libertad una vez cumplida parte de su condena. De haber sido considerado un enfermo mental grave, sus posibilidades de quedar en libertad hubieran sido mínimas.
Hay algunas similitudes entre este Breivik y el Unabomber norteamericano. Ambos escribieron largos manifiestos, aunque el del noruego no ha trascendido que yo sepa. Incluso las solicitudes de algunos medios para entrevistarle fueron denegadas por las autoridades.
La película se centra en una de las víctimas y, de esta forma, elude profundizar en la personalidad y las motivaciones del asesino. Se han utilizado tantos epítetos para caracterizarle que todo se ha vuelto un galimatías respecto a este terrorista. Fundamentalista cristiano, nacionalista, neonazi, ultraderechista, antimarxista, islamófobo, antifeminista y otros parecidos se han utilizado para definirlo.
En su perfil de Wikipedia --bastante completo--, se aportan datos sobre su familia, educación y trayectoria que resultan interesantes para la comprensión de este sujeto.
La impresión que deja esta película, así como la reacción de las autoridades noruegas, es la de que no han terminado de asimilar lo ocurrido o, tal vez, que el caso ha dividido tanto a la sociedad noruega que han preferido dejarlo en un perfil bajo y discreto.
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