Tras visitar la muy interesante antigua colegiata de Nuestra Señora del Manzano (donde hay un museo que alberga piezas muy bellas), continuamos el paseo hacia el este, es decir, en el sentido contrario del Camino de Santiago.
Hace mucho calor esta mañana de julio. Pequeñas nubes blancas surcan el cielo azul. La media docena de peregrinos que nos cruzamos, casi todos solitarios, nos parecen héroes que desafían la crudeza de la meseta castellana bajo un sol inclemente. Uno de ellos, japonés, lo va grabando todo con una cámara instalada en un artilugio alargador.
Tenemos un par de kilómetros por delante hasta las ruinas del convento de San Antón. El tramo es de asfalto y los coches nos pasan rozando. Menos mal que la carretera está poco transitada.
Tras una curva aparece el convento. Las ruinas góticas que vemos proceden del siglo XIV, pero el monasterio-hospital fue levantado a partir de 1146 durante el reinado de Alfonso VII, por la orden de los Hermanos Hospitalarios de San Antonio, los Antonianos, de origen francés, pero muy implantada en España, aunque casi desconocida en la actualidad.
Los antonianos, que fueron arrasados por la Revolución Francesa, portaban hábito negro, con la letra griega tau espampada en el pecho. Se dedicaban al cuidado de los peregrinos, en especial a los afectados por ergotismo.
En la actualidad en las ruinas funciona un albergue. El ábside es lo mejor conservado, junto a la portada por la que se accede, decorada con decenas de figurillas muy desgastadas.
Tras comer algo a la sombra de una de las altas paredes regresamos por el mismo camino. Ahora las sombras están algo más alargadas, pero el sol sigue apretando. Hay un camino de regreso a Castrojeriz que evita la carretera. Se puede coger un poco antes de Villaquirán de la Puebla y ofrece el aliciente de pasar junto al convento de Santa Clara.
En el apartado de ruinas cabe mencionar también las de la iglesia parroquial de Tabanera, localidad abandonada a dos kilómetros del noroeste. Estaba consagrada a San Miguel.