lunes, 20 de diciembre de 2021

El último duelo, de Ridley Scott


Otro peliculón de Ridley Scorr, a sus 84 años.

Empezaré con una crítica: a esta película, en mi opinión, le sobra media hora; hubiera quedado perfecta con un metraje de 120 minutos en lugar de los 150 que tiene. Al menos para pantalla pequeña, la de un portátil, el formato que yo he usado. Quizá en la gran pantalla, con su gran poder seductor y envolvente, me hubiera importado menos.

Este no es un asunto baladí. El maestro Scott, según dice la prensa, a quien estos temas le encantan, anda cabreado porque esta su joyita, no ha tenido el éxito (léase recaudación) esperado en los USA. El bueno de Scott dice que la culpa es de los millennials, que sólo aceptan lo que les venden a través de los smartphones. No lo creo, la culpa es de la tecnología (me he vuelto tecnófobo viendo la última serie sobre Unabomber), que arrasa con todo; pero también el cine es tecnología y no queda otra que tragarse el sapo.

Como todavía me queda algo de imaginación, puedo imaginarme lo que hubiera gozado viendo esta peli en la pantalla grande de un cine, habida cuenta de lo que he disfrutado con ella en mi portátil.

Estamos en la Francia de finales del siglo XIV, con el rey arriba del organigrama (una joven criatura por cierto), rodeado de la Iglesia y de la nobleza. Todos ellos chupándole la sangre a la plebe, como es sabido. Entre nobles (escuderos) anda el juego. Escuderos que no son Sancho Panza, sino señores de horca y cuchillo, con mando en plaza; escuderos que son los encargados, con sus mesnadas, de hacer la guerra, que es el negocio lucrativo de la época. Son los señores que disponen sobre la vida y la muerte, sobre las propiedades y sobre los cuerpos, tanto masculinos como femeninos.

A la heroína de esta historia, una joven, bella y cultivada noble, se le viene el mundo encima lo mire por donde lo mire, se ponga como se ponga. Ha sufrido una violación por parte de otro noble, amigo de su marido para mayor escarnio, y en lugar de callarse, como hacen todas en una situación similar (que era el pan nuestro de cada día), opta por proclamarlo sin tapujos. Lo cuenta y se le cae encima el sistema al completo, empezando por la madre Iglesia, que se dedicaba a juzgar a la gente en nombre de Dios, pero según sus parámetros, como es natural.

Estos “sabios” teólogos llegan a decir que si la mujer no experimenta placer al final de la coyunda es imposible que se quede embarazada. Los santos y tonsurados varones siempre tan sabios. El caso es que a la angelical criatura la ponen en un brete tanto el propio marido, que es un noble patán, como el violador, que es un noble ilustrado.

Ellos dos se ven abocados a combatir en un duelo a muerte, con el aliciente para ella de que si el marido es derrotado ello querrá decir que ella es culpable (justicia divina le llamaban a esta figura) y, en consecuencia, será desnudada, rapada la cabellera, atada a un poste y quemada viva.

Dicen que esta es otra película feminista de Ridley Scott, a semejanza de aquella Thelma y Louise. Obviamente lo es, pero no puede ser de otra manera cuando se mete en una historia ambientada en la Edad Media, cuando las mujeres eran objetos de placer para los poderosos (lo mismo que el hombre dicho sea de paso) Así eran los tiempos medievales, esos tiempos que algunos descerebrados tanto añoran.

Scott se ha ganado a pulso el ser un maestro de la ambientación y la recreación. Desde ese punto de vista la película es impecable. Fue rodada en el castillo de Cahir, en Irlanda, y en varios lugares de Francia, como el Perigord y la Dordoña. Garantizado que a cualquiera le entran unas ganas terribles de ir a visitar todos estos lugares.

Matt Damon, el marido, tiene un papel de hombre rudo que uno no se lo esperaba y que le sube varios escaños en su carrera como actor. Es también uno de los guionistas. El otro noble, Adrian Driver, sigue tan poco expresivo como de costumbre, pero no está mal en su trabajo. Ella, Jodie Comer, a quien no conocía, tiene un papel luminoso en medio de tanta barbarie; es una de esas actrices que enamoran a las cámaras, a los directores y a los espectadores sensibles. Por ahí anda también Ben Affleck, muy inspirado, aunque secundario; es también guionista.

Dejando a un lado la consabida recreación de Scott en la violencia, pues al fin y al cabo estamos en una película sobre guerras medievales, El último duelo es una delicia.