El palacio Moriscot y la nueva pasarela sobre las aguas de la bahía. Justo detrás del palacio está la casa que perteneció al escritor Pierre Loti
Cuesta detectarlos si no te fijas porque son de tamaño reducido y su plumaje marrón, gris y blanco los camufla a la perfección con este entorno. Pero en cuanto ves a uno enseguida aparecen los demás a su alrededor.
Son rechonchos, con las patas, el cuello y el pico cortos. Se dedican a voltear las piedras con sus picos (de ahí su nombre) a la búsqueda de los pequeños invertebrados de los que se alimentan; tampoco desdeñan la carroña y el pescado en descomposición.
Me entretengo observándolos mientras espero a que Greta salga del fisio. Pasan a mi lado los paseantes que hacen la ruta de la bahía. No se fijan para nada en estas simpáticas avecillas; ni en los patos, ni en las gaviotas, ni en el gran cormorán que vuela poderoso rozando la superficie del agua con una alas.
Las arenaria interpres, que ese es su nombre científico, son aves que conviven en pequeños grupos migratorios, aunque yo las veo por aquí casi todo el año. Puede que algunas, como ya está ocurriendo con otras especies, vayan cambiando sus hábitos.
Por lo visto frecuentamos los mismos lugares. Son aves costeras, limícolas y playeras. Verlas moverse, siempre afanosas e inquietas, me produce mucha ternura. En el silencio de la mañana invernal se escuchan de vez en cuando los pequeños chasquidos que emiten al romper algunas conchas.
Llego por la pasarela hasta el puerto de Caneta y casi me introduzco en el agua a través de una rampa, para hacer algunas fotos. Fuenterrabía aparece al fondo a través de una luz gris y mortecina. Pero, al menos, no hace demasiado frío.